“Esto es lo que me encanta de leer: algo diminuto que te interese de un libro te llevará a otro libro, y otra pizca de este a un tercero. Es geométricamente progresivo…”. (“The Guernsey Literary and potato Peel Pie society”, Mary Ann Shaffer&Annie Barrows).

La teoría de la progresión geométrica funciona -se me ocurre- con la moda, con la cocina o con los amigos. Seguramente con muchos otros elementos cotidianos, pero lo cierto es que cuando salí de ver la película basada en este libro, pensé que Isabel Coixet habría matado por rodarla. Y eso me llevó a imaginar una lavandería como escenario inesperado de mi novela. Y de ahí a darme cuenta de que este velo de lluvia dolorosa como el Viernes Santo que nos ocupa me impedirá hacer la colada en el pueblo, pero no recogerme en santo silencio o peregrinar a ratos con mi Bronte en procesión chapoteando barro y alertando a los bichos del campo con nuestras huellas errantes.

El hallazgo inesperado sigue produciéndome alegría infantil. Esta mañana me topé con una entrevista de Anatxu Zabalbescoa a un tal Santiago Beruete, antropólogo, filósofo y profesor a quien no tenía el gusto de conocer. El titular no estaba exento de una dosis de provocación –“Sócrates, Platón y Aristóteles se drogaban. Dijeron cosas muy sensatas y auténticas memeces”-. El tipo es autor de libros como Verdolatría o “Jardinosofía”, mira a la cámara con descaro y lleva camisa de flores. Enseña en un instituto de Ibiza a chicos complicados, de esos que echaban para atrás a las monjas del colegio. Enseguida pensé que mi hijas debían leerle, no por difíciles sino por necesitadas de reflexiones sin tufillo a corrección política ni de cualquier otra índole. Incluido el de mi cosecha.

Una persona debe permanecer hasta cierto punto inadaptada para mantenerse sana: escudarse en el grupo para no hacerse cargo de uno mismo -sostiene- es la peor traición que uno puede cometer contra sí mismo”. Vamos, que las pandillas son sospechosas, no puedo estar más de acuerdo, y las familias, las parejas o el ruido social del que nos rodeamos para no enfrentarnos al yo, ese hueso tan duro de roer.

Ser inadaptad@ o no ser. Necesitar del calor de los otros y salir a la calle a pecho descubierto, enredada en intemperie. Someterse a unas horas de vigilia sin fe pero con trascendencia, eso que me creo mucho más. Prender el fuego, repetir paella de sobras de ayer y no pronunciar palabra en todo el día. “Las expectativas son el germen de nuestro malestar. Vivir decepcionado no está mal, ¿por qué tenemos que vivir entusiasmados? -sigue él- El entusiasmo colectivo me pone de los nervios”. Y de ahí a plantearse cuánta verdad somos capaces de soportar, a pensar en epifanías vitales, en aprender a soltar…o que la bondad es un atributo de la inteligencia. Conexión inmediata con este desconocido aunque no me guste su camisa ni me atraiga esa isla.

En este día de guerra y duelo declaro el fin de la  complacencia,  y sobre todo a la autocomplacencia. Sean bienvenidas las torrijas con miel sin culpa. Las lecturas a destajo y la calma sin tiempo ni dictaduras de reloj. Quien inventó la Semana Santa (esa que en realidad tiende a durar cuatro días, igual que la semana fantástica de El Corte Inglés dura quince) sabía lo que se hacía. Un parón con velo y Bach a todo trapo en mi casa de patio. Olor a cera de naranja y el desafío de releer, en cuanto cuelgue esto, la novela que me mira de reojo y me reta a ponerle buena cara o arrumbarla para siempre en el cajón. Sacrificio sin capirote ni saetas que siempre es un placer y sangra los costados. “Quedarte sin cobijo ante tus mentiras, tus justificaciones, todo aquello que te ayuda a vivir”, dice Santiago Beruete. Y diría que a morir.