Marilyn Monroe era una mujer muy lista que consagró el mito de la rubia tonta. Me parece una ironía reseñable que debería aparecer en su entrada de Wikipedia y, como pronto hará cincuenta años de su muerte, lo saco de mi chistera de propuestas absurdas con café y sin bollería.

Cada vez que sale el tema en las tertulias, suelo añadir una coletilla venenosa: “Algo vería Arthur Miller en ella, además del tinte y el canalillo”.

El intelectual que se junta con la maciza no suele aguantar mucho más allá del tiempo de vacilar con los amigos exhibiendo su trofeo. Una tonta, lo sabe, cuestiona la inteligencia propia. Pero al intelectual le pierde la soberbia, el deseo de agrandar su ego por encima de cualquier otra consideración.

Porque si hay un ser que necesite apuntalar su maltrecha seguridad es él. Con alguna honrosa excepción, como Seldom Cooper, mi idolatrado freak de “The Big Bang Theory”, esa serie que me pongo cuando me siento rubia aficionada. Pero Seldom es un erudito asperger que no necesita apuntalar nada más que su trasero en el sofá con el cojín de rayas en su sitio, libre de cualquier invasor.

Marilyn, digo, prefirió eternizar el mito con un frasco de pastillas, la entiendo. Le pesaba demasiado. De haber resistido, hoy sería una anciana al estilo Lauren Bacall, dispuesta a no hacer la más mínima concesión a la impostura. Habría enamorado a jovenzuelos de cociente intelectual discreto y tras un polvo sabio y pormenorizado, les hablaría de Sinatra y sus demonios. De Joe di Maggio, de todos esos tipos que cimentaron su leyenda en falso.

Creo que las rubias nacieron para que ellos tuvieran una bandera que mostrar al enemigo, y esta insensatez me provoca reacciones ambiguas, como pasarme al tinte rojo sin traicionar mi alma. Creo que muchos hombres escogen a su chica como un trofeo de guerra, como el complemento que les falta para rellenar su vacío. Seguramente a la inversa es lo mismo, o parecido. Pero hoy pienso en Norma Jean y creo que fue ella quien elevó a los altares a Miller. Que si hay una entrada de Wikipedia que brilla gracias a la rubia es la del dramaturgo.

Que somos lo que elegimos, incluidas las parejas. Y que hay que tenerlo en cuenta mientras rellenamos a tientas nuestra biografía, a la espera de que suba el platino de las mechas…