Mi querida Big-Bang:

Que Mr. Rubidio considere que llevo una vida disoluta y autocomplaciente, tiene un pase. Un ser mugriento y ponzoñoso como él necesita sacar su hiel con ayuda de estímulos externos. Pero que mis amigos hayan llegado a la misma conclusión me preocupa. “Nena ¿tú qué haces entre fiesta y fiesta, dar de comer a los patos?” , me soltó ayer J., el marido de la enana venenosa. Es su forma de decirme que no doy un palo al agua y que entiende que mi mayor frustración imaginable es que el tono azul pavo real de mis párpados no me haya quedado como a Beyoncé en su último video.

Pues que sepas que me duele, chaval. Una ha tenido sus veleidades culturetas cuando era más joven y recorría con A-2 las salas del Prado para ver si una Menina se había movido de su sitio. Entonces la coquetería era llevar limpios los zapatos planos y en su sitio la melena francesa. Con el paso de los años uno entiende que los cuadros siguen en su sitio pero las neuronas corren que vuelan hacia una muerte segura. Y abraza aquello del Gaudeamus igitur, y entiende que una buena juerga encharca el espíritu más que La Peste de Camus, un suponer. Y que quien te quiera te aceptará ligera y espumosa como una mousse de espárrago.

El objetivo de mi chispeante way of life no es otro que emular a Neruda y escribir unas memorias bien bonitas al estilo del “Confieso que he vivido”, pero más en la línea “Que me quiten lo bailao”. Porque otra cosa no, pero bailar bailo un rato, y si me ponen un micro delante lo doy todo, para horror y escarnio de esos amigos tiñosos que creen que no hago otra cosa en todo el día. Envidia cochina.

Sí, el camino del tormento es mucho más literario que el del gozo. Dónde va a parar. Con el segundo te sale un libro a lo Bridget Jones, vilipendiado por la crítica, que tu entorno recibe con unas palmaditas condescendientes. Pero, ¡ay con el primero!, con el primero te cascas un “Archipiélago Gulag” bien dramático y te hacen la ola. Eso sí, tienes que pasarte una temporada en el campo de concentración y dejarte una barba larga y enredosa para subir a los altares. Y una no está por la labor, que bastante tiene con despiojar chukis mes sí, mes también.

Digo lo cual, te dejo, no sin el propósito firme de sufrir un rato cada día para darle consistencia a mi vida y a mis textos. Una cosa sí te digo. Corro el peligro de que se me vaya la mano y me instale por siempre jamás en la Filmoteca para ver cine de autor a cascoporro -ese que J. llama de “arte y engaño”- y no vuelva a ser el cascabel frívolo y desenfadado que fui. Advertidos quedáis, venenosos y adláteres. Voy a daros una turra con Kurosawa que va a temblar el misterio. Lo mismo echáis en falta a la que fui. Las meninas, cuando se mueven, ya no regresan al cuadro.