“Estaba tan triste que ni siquiera se daba cuenta de lo fea que era. Le eché los brazos al cuello y la besé. En la calle decían que era una mujer sin corazón, pero es que no había nadie que se ocupara de ella. Había resistido sin corazón durante sesenta y cinco años, y era preciso perdonarle ciertas cosas”. (La vida ante . Roman Gary).

Ayer hablaba con el hombre que me descubrió al escritor Roman Gary sobre la importancia de saber los porqués de las personas sin corazón para poder vivir cerca de ellas. A veces nos pasamos la vida con las patas atrapadas en un alambre de pinchos por falta de datos. La información y el amor caminan de la mano. El rencor es hermano de la duda.

Cierta pareja muy cercana se separó hace unos años sin hablar apenas del asunto. Vivían en el mismo barrio, de modo que, sin mediar pacto alguno, él transitaba la orilla derecha de la avenida principal y ella la izquierda. Por suerte, cada lado tenía una cafetería, varios bancos y alguna tienda de alimentación. Así que podían pasar días y hasta semanas sin encontrarse.


Con una excepción: la parada de autobús. Seleccionar los recorridos en un solo sentido para evitar al ex se antojaba un infierno. Era partir el mapa de la ciudad en dos. De manera que si uno podía llegar, pongamos, a Cibeles, el otro estaba condenado a vérselas con General Perón.

-He visto a A. en el autobús. Se ha escondido detrás de su periódico, como los espías en las películas, y se ha bajado de inmediato en la siguiente parada, me dijo ella.
-¿Que yo he visto a M. en el autobús? ¡¡¡Te juro que no!!! Si la veo, la saludo (mentía él)

El problema de él, entendí con el tiempo, no era darse de bruces con ella, sino que al encontrarse lo mismo no podía seguir odiándola. Se había arrancado el corazón, , pero es sabido que los cuerpos tienden a la memoria, y hay casos documentados de dolor en órganos -piernas, brazos- una vez que se amputaron.

Odiar, seguí pensando, tiene mucho de ejercicio intelectual. Requiere un objeto, una representación que lo alimente. Así se han perpetuado perversas ideologías que todos conocemos. Otra cosa es enfrentarte al cuerpo, a la mirada y a la voz del ser odiado, ese que un día amaste. Y a veces, cuando ocurre, el fantasma del rencor se ha desvanecido y no hay donde agarrarse para perpetuar la distancia. Soís él y tú. Elijan las pistolas, dense la espalda, caminen veinte pasos y disparen.

(-¿Pero qué hacía yo en este duelo?, pensó entonces ella. Pero ya que tenía el arma en la mano, se giró deprisa y descerrajó un tiro al hombre que ya no amaba, pero tampoco odiaba).

Hopper. Romm in New York

Odiar como estrategia sirve para andar por la acera derecha o izquierda de tu barrio.  Es la música militar en el desfile. El imperdible en el dobladillo descosido. Si cesa, si se suelta, estás perdido. Eso le pasaba a A., me temo. Se sabía tan frágil en su imperdible que abandonó el autobús como un conejo oculto tras las páginas 5 y 6 de un diario resobado de nervios. Necesitaba buscar un plan C. Un sentimiento entre el deseo y el desdén que no podía ser indiferencia.

Pegó un salto y el conductor cerró las puertas. Ella miraba sentada junto a la ventanilla. Dirección Cibeles, centro de Madrid.

-Para tener miedo no hacen falta motivos, Momo.
Nunca se me ha olvidado. Es la verdad más grande que he oído en mi vida. (La vida ante sí. Roman Gary)

El sentimiento ni se crea ni se destruye, sólo se transforma.