Un hombre se dirige a la azafata de facturación en el aeropuerto:

-Quiero que esta maleta vaya a Sao Paolo, esta a Estocolmo y esta a Qatar.
-Pero eso es imposible, señor…
-¡Pues es lo que hicieron con mi equipaje la semana pasada!

Entiendo que la crisis se atraganta un poco menos con chistes,  igual que esos jarabes amargos que te daba tu madre con un caramelo cuando no existía el Dalsy con sabor a Fanta de naranja (ese que ha convertido a generaciones de niños en yonquis del ibuprofeno, sin que nadie lo denuncie hasta la fecha). Ayer el Mago More y el profesor de IESE Javier Díaz-Giménez se pusieron la nariz  de clown para pintar con humor brillante el sombrío escenario en el que aún nos movemos, contado para mentes poco entrenadas en los laberintos del PIB y otros misterios de la macroeconomía, pero muy proclives a la carcajada y a la prestidigitación (o sea, que yo era target ideal y me lo pasé pirata).

(La risa nos hará libres. El desconcierto, escépticos en busca de respuestas absolutas a la gran pregunta: ¿Cuándo terminará esta plaga de langostas?)

Recordé que hace  un año cierto ministro, en una cena privada, aseguró que desde el Gobierno ya se veía cierta luz al final del túnel, “pero no sabemos aún si es la salida u otro tren que viene a arrollarnos”. Toda la mesa rió la gracia, pero más de uno tuvimos pesadillas esa noche.

Javier Díaz-Giménez y Mago More

En las situaciones límite nos da por reír. Los velatorios, el sexo, o esa sensación de ridículo extremo cuando te pegas un tortazo en bici con testigos. Diríase que el humor es el chaleco salvavidas que se abre para permitirte volar contemplando el paisaje hacia el precipicio. Te vas a matar, es obvio, pero puestos a elegir mejor que sea desternillándote. La risa floja, la risa nerviosa o histérica. La carcajada salvaje que anestesia el dolor.

Mientras me partía de risa entendí que las cifras que explican la economía pueden maquillarse o seleccionarse a conveniencia para arrojar una conclusión u otra, con la misma asombrosa facilidad con la que el mago More convertía un billete de 20 euros en uno de 50 a escasos metros de su público. Recordé que “Te echo dos polvos y desaparezco” era el final de un chiste clásico de mi adolescencia. El chiste del mago. Me pareció que los magos son mucho más sexys y concienzudos que los políticos, y que los economistas guardan un gran surtido de trucos en la chistera. (De los macroeconomistas aún no tengo una teoría formada, pero todo se andará).

La mujer de letras que llevo dentro tiene esa inseguridad del incapaz de acotar con cifras una intuición, un sentimiento. Las palabras con las que me construyo son volátiles y definen un verso inútil, nada medible ni contrastable. El caos, la liturgia embriagadora que no entiende de rescates ni de rentabilidad a corto o largo plazo, desde luego. No hay hoja Excel que me resuma y me contenga, así que descarrilo una y otra vez, y me pierdo en túneles oscuros como Alicia en el laberinto.

Pero no se me olvida eso que leí un día: la  Economía es el único campo en el que dos personas pueden obtener un Premio Nobel por decir justamente lo contrario.