En el arte contemporáneo se discute más de dinero que de sexo. Se tolera, y en cierto modo se desea, que el artista refleje su singularidad con un comportamiento anómalo. Los bigotes de Dalí, la peluca albina de Warhol, las mujeres de Picasso y el amante de Bacon pertenecen a la inconografía del arte. En ese entorno, los desórdenes sexuales no son mala propaganda”.

 Los dioses están de mi parte y me sirven a diario a la mesa sus dones y abundancia. Este texto de Juan Villoro forma parte de una joya editorial gestada desde la Fundación Júmex Arte Contemporáneo. Su título, bajo delicadas y bellísimas pastas naranjas salpicadas por minúsculas gotas que caen tras agitar un pincel empapado en pintura azul, es “Azul como una naranja. Una crónica del arte contemporáneo”, y ha sido robado con respeto de un verso de Paul Eluard. El regalazo me lo trae R., su impulsora y artífice, desde Londres y agradezco el esfuerzo, la sabiduría y la pasión que duermen entre sus páginas.

Imagino que es intempestivo considerar a estas horas de la madrugada si el dinero da para más discusiones que el sexo. Pero así, a bulto y con apenas un café en el cuerpo, podría estar de acuerdo con el escritor mexicano.  Los que hemos sido educados en el seno de familias donde hablar de dinero estaba (y está) considerado de mal gusto, sólo nos quedaba hablar de sexo y el sexo era tabú. Así que nos hemos pasado la vida tejiendo circunloquios para llegar al mismo sitio. Un callejón oscuro donde enmudecer y dejarse hacer pero no dejarse comprar.

Regalazo! Fundación Júmex.La Colección

La ventaja del dinero es que salpica todos los foros y a menudo afecta más a la intimidad que el sexo. Diría que alumbra mejores novelas (y aquí urge preguntar a Villoro, excelente autor, su opinión al respecto) Pocos libros eróticos de alta intensidad han sobrevivido al paso del tiempo, de la vulgaridad o la desidia. Los lugares comunes destrozan cualquier intento de alumbrar una escena de sexo que puede ser procaz, desvergonzada, tórrida o refinada pero jamás ramplona. El dinero, sin embargo, quizás porque lo manoseamos a diario, es literariamente versátil y se le admite como animal de compañía en historias de avaricia, de Dickens, de Scott Fitzgerald o las Bronte.

Uno suele tener claras sus teorías sobre la riqueza o la pobreza a poco que sea titular de una cuenta corriente en el banco. Sobre el sexo, es como sobre la feria -según le va en ella- pero la experiencia casi resulta anecdótica. Lo que más pesa, me parece, es su imaginario construido desde los primeros calores de la adolescencia, los libros y el cine prohibido, las manos que han palpado sus adentros y, también es importante, lo que imagina y no ejecuta porque es sólo fantasía y así debe seguir siendo.

Hablar de arte me resulta más difícil que hablar de sexo. A falta de una formación sólida  elijo la emoción como guía (y respecto al sexo podría afirmar lo mismo, ahora que caigo). Me gusta, no me gusta quiere decir me interroga, me agita, me provoca rechazo o me deja indiferente. A fuerza de mirar y de mirar voy intuyendo lo que es bueno pero no me atrevería a ponerle la etiqueta de calidad, perdurabilidad o cotización. Y me dejo agitar por los colores, las formas, los trazos, las composiciones, el elemento discordante, el foco que se deshace y mira a otro foco y estalla en un volcán. Y a veces hay un éxtasis y a veces el confort amable y confidente o el vacío. Y puede ser el sexo con pintura. El sexo sin acción. Los tántricos, esos pelmas del erotismo lento (con perdón) tratan de hacer lo mismo pero sin mirar un cuadro, una escultura o una instalación. Y tanta concentración provoca contracturas, imagino.

Así que podría decirse que el arte sustituye al sexo. Pero sería una boutade de las mías. También, venida arriba, afirmaría en un foro de raros que el dinero es un subterfugio del sexo y a veces del amor. Y cuando mi auditorio enmudeciera o rugiera de estupor sacaría unas sombras de Grey y un mechero y le prendería fuego y después declararía: “No fue incendio ni agresión. Fue performance”.

Termino con Villoro:

“Con frecuencia, el arte contemporáneo parece una sofisticada forma de lo incomprensible. Sabemos que produce dinero, bienales y fiestas a las que se asiste con los zapatos más raros y costosos del planeta. Esto se comenta en revistas exclusivas, con páginas olorosas a nuevo. ¿Entendemos de qué se trata? Y más aún: ¿El arte contemporáneo existe para ser comprendido o su encanto reside, precisamente, en ser inexcrutable?”.

Cámbiese “arte contemporáno” por “sexo” y la sentencia mola también. Bendito sea lo inexcrutable que provoca sacudidas. Temblores.