Mi querida Big-Bang:

Mi bruja se ha empeñado en recitarme el vademécum. Ayer la vi venir. ¿No me preguntas por mis manos?, me daba a entender agitándolas delante de mis narices. “Pues yo he venido a la cosa del destino, bruja, pero si me lo pintas más bonito lo mismo podemos arrancar con tu soriasis”, pensé. Lo malo de las brujas es que, si son de primera división, te leen el pensamiento. Así que cuando voy trato de no pensar, de ser un conjunto vacío, pero basta que me concentre para que me asalten mil pensamientos inoportunos.

Un suponer:¿Tú a Hacienda la chuleas al por mayor?. Porque está claro que estos billetacos que te tendemos las almas perdidas a la caza del devenir no pasan por ninguna ventanilla del banco, sino que se quedan en las tripas del búho ése tan majo que tienes en la estantería tipo barco donde convocas a los astros. Ella, que es cheli y cachondona, mira hacie el techo y me demuestra que será una estafadora con el fisco, pero no conmigo. La adoro.

La cosa es que hasta a las brujas les llega su san Martín. Ayer, sin duda aburrida por mi destino, se dedicó al suyo y me regaló un relato de desamor al que no le faltaba un detalle. El contador corría, pero hay que tenerlos cuadrados para interrumpir a tu pitonisa cuando te dice que a ella también le rompieron el corazón. La mujer, de enorme anatomía, hablaba sin soltar el mazo del tarot con sus garras pintadas de rouge Chanel, y yo no podía sino recordar el chistecillo del adivino: “toc, toc, adivino” ¿Quién es? ¡Pues vaya mierda de adivino!”.

Sí, aquel hombre le había puesto los cuernos como a la más pintada. Ella no quiso recurrir a las cartas hasta que un día, hablando por teléfono con él, tuvo una revelación: “Estaba con una tal Ana desde hacía tiempo. Y de mí se avergonzaba el desalmado”. Una bruja con el corazón roto es un volcán finlandés en erupción. “Corta la baraja, mona”, me dijo sin disimular una lagrimilla. Y ahí me ganó. Decidí que mi futuro podía esperar porque aquella mujer era una loba herida aullando en la noche de los búhos. Y una no tiene corazón para interrumpir a un ser traicionado y con soriasis.

Hay días en los que una no quiere saber lo que le aguarda a la vuelta de la esquina. Si se llama Ana o Brigitte. Si fue en París o en Alcorcón. La realidad debería adaptarse a nuestro estado de ánimo. Sí, saber demasiado puede ser extremadamente duro. Por eso agradezco a mi bruja su charleta insustancial, y que me hurte siempre de la vista la carta de la muerte con su guadaña. Luego abro el monedero y le tiendo el equivalente a mi crema de La Praerie. Sin culpa, sin rencor. Nos besamos, me aplasta entre sus tetas y me despide hasta el año que viene. Así sea.