Desde que me acuesto con una mujer -aunque sea una escritora atribulada, aunque esté muerta- duermo como seda y algodón. No extraeré conclusiones, pero me he despertado pensando en que ayer leí que a Tomás Delclós,  defensor del lector de El País, le reprochaban que apenas hubiera mujeres en las columnas de opinión, y él encajó el golpe como pudo tras consultar con los popes…