Ayer me propuse acostarme antes de que los dos dígitos de las diez iluminaran mi teléfono. Las 9.59 p.m era mi hora límite, mi cuerpo no daba para más que un último estertor, el de la muerte horizontal que es cada noche, y pedí a Minichuki que se ocupara de mí. “No me llames hasta que estés dentro de la cama y con los dientes…