Hace unas semanas adquirí una butaca gris para leer y, eventualmente, escribir. Debía recogerme pero no incitarme a la siesta. Abrigarme el gesto pero sin deformarse por la curva despistada y zigzagueante de mi espina dorsal. Enseguida mi madre entendió que necesitada un puf para apoyar los pies, y me regaló uno suyo -un cubo marrón anodino- que no pega demasiado pero cumple su propósito…