Cada día, camino del trabajo, hay un senegalés que me saluda sonriente justo en la puerta del bar donde compro el café que subo al despacho como parte imprescindible de ese ritual de encender el ordenador, consultar el correo y poner en marcha la jornada antes de que lleguen mis compañeros y se rompa el silencio acogedor de la oficina desierta. La secuencia es como…