Y entonces algo superior a tu voluntad más terca y militante te detiene. Te para como un guarda malhumorado en el cruce de una calle inhóspita y llena de viandantes decididos a ultrajar al destino a manotazos. Esos que eres tú tantas veces, el pie enredado en un empeño inútil que se pega a la suela como chicle. Te para, por ejemplo, un retraso del…