La jeringa estaba dentro de su precinto. Menos mal, pensó. Porque en la consulta de aquella enfermera, cuatro metros cuadrados de caos, guantes de látex y fluorescente blanco,  había restos de curas de otro paciente. Dos gasas tiradas bajo la camilla, a apenas 60 centímetros -cm más, cm menos- de la papelera. Pensó que esa mujer arisca  había estado encestando la sangre de otro mezclada…