Reina Máxima

“En Argentina tenemos una reina (Máxima), un Papa (Francisco) y una cretina”

Esta es la sentencia que acuñaron ayer el padre de mi cuñada y su novia, recién llegados de Buenos Aires para conocer a su nieto. Ese bebé por el que muero y gracias al cual las chukis están celosas como gatas -“Nunca pusiste una foto nuestra en tu despacho“-. Cierto, nunca la puse por pudor y por escasa vocación, pero ahora he caído en el fervor de tía babosa y no se me ocurre nada más intenso que abrazar a ese niño y entrar en brote amoroso cuando me regala una sonrisa.

El argentino siempre dominó el fútbol y la ironía. No le queda otra. La historia lo ha condenado a vivir a trompicones y a reírse de sus crisis. Ayer, sentados en el Retiro, recordaban a ese ministro de allá que en el pasado se remitía a “cuando pase el invierno”, una metáfora del alivio.

Pero la realidad es que siempre era invierno.

Escuchándolos, pensaba que aquí hace tiempo que es invierno, y nos han sentenciado a que no abandonemos las mantas hasta 2019. Muy largo se nos antoja.

No hay corralito, por el momento, pero los vestidos de las princesas de la coronación de Máxima y consorte apenas nos distraen de la realidad (Letizia, por dios, ¿es necesario que parezca que te has tragado un sable justo antes de enfundarte un Felipe Varela? ¿Por qué no te ríes un poco de ti misma y te sueltas la faja mental que llevas puesta? Mira Mette Marit, mira Camila Parker (a Masako no la mires, no)

El Celler de Can Roca

Si los argentinos tienen una reina suelta y disfrutona, un Papa que piensa en los pobres  y una cretina (Fernández de Kirchner) nosotros disponemos de una monarquía con vistas al juzgado. Y no hemos conseguido colocar un Papa, aunque siempre fuimos papistas, palistas (de palio) y muy de hincar rodillas en la Iglesia.

¿De qué podemos presumir los españoles? ¿De triunfos deportivos? ¿De albergar el mejor restaurante del mundo, el Celler de Can Roca?

O sea, de pan y circo. Lo de los romanos.

Ya puestos, podemos chulearnos de nuestros más de seis millones de parados. De nuestra capacidad de disfrute y del milagro de salir de puente y atascar las carreteras pese a no tener un mango (argentinada, sí).

Y podemos chulearnos de que ha salido el sol, y muy mal se nos tiene que dar para que no terminemos hoy en una terraza de verano despistando al invierno eterno con unas cañas y unas raciones, mientras celebramos que siempre se puede estar peor, como siempre se puede soportar un esfuerzo más en la carrera. Es cuestión de pulmones. (y de cojones, con perdón)

Y a eso no nos ganan ni los argentinos, me temo.

(Vuelvo a despertar demagoga. Será que se acerca la carrera. Nervios de principiante)