Miré el debate sobre el Estado de la Nación como quien oye llover. Luego, me preparé en una bandeja un aperitivo deluxe: berberechos al limón, mejillones en escabeche y un cuenco de patatas fritas tamaño XXL. Acompañado de cerveza Alhambra servida en vaso congelado. (¿Es esto product placement, me pregunto?)

Sí, era la cena de una condenada y así me sentía yo. Pero fui feliz mientras esos señores se peleaban en la tele en un combate de “y tú más” que sólo podía llevarles a un resultado: el país está K.O. Malherido y tambaleándose. Por mucho que uno pida “dimisión” y el otro responda “insidias” (sustantivo viejuno donde los haya)

Debate Estado de la Nación

Mientras Rajoy abandonaba el Congreso satisfecho de su último round, me metí una patata con mejillón, delicioso canapé, en la boca. Bebí cerveza. Pensé que el aguante es eso tan elástico que hace que cuando crees que te vas a romper puedas permanecer en el ring un poco más. Unos instantes. Y luego otro poco. Sufrir es un entrenamiento, ya lo decía la profesora de Fama, la serie con la que los de mi generación aprendimos que un gimnasio puede ser una pista de baile glamourosa, pero que ese no suele ser tu gimnasio.

Mi gimnasio. De esto va la cosa. Es un antro en plena calle Serrano. Un oxímoron, diréis. Entre cinta y cinta de correr no hay espacio, de modo que es probable que el tipo de al lado -suelen ser hombres, ellas se van a clases corales- te duche con su sudor mientras tú, que siempre vas a una velocidad muy inferior a la suya, tratas de enjugarte la frente con la toalla como si sudaras lo mismo -improbable- y entiendes que correr es un fin en sí mismo. Ítaca, no el camino a Ítaca. 

Serie Fama

Si corres entiendes que puedes correr más. Un poco más. De rato en rato has de vigilar los latidos de tu corazón, desbocado. Anoche, para ver el Telediario, me coloqué el pulsómetro. La cinta elástica con los sensores en el pecho, el reloj en la muñeca. Juro que llegué a 95 sin moverme del sillón. Como esos chicos que juegan a combates sangrientos en la Play Station. Una noticia que siguió a “la noticia”: el lanzamiento de una nueva consola de esa marca. Me indigné mientras buscaba con el tenedor el último berberecho entre el caldito turbio.

Hay una realidad y luego está la que nos cuentan. La de esos señores que fingen gobernarnos y también los que presuntamente vigilan a los que nos gobiernan. Pensé que todo era un juego de la Play. Una mentira en 3-D para mantenernos en casa con una bandeja de cerveza y mejillones.

Pensé que lo más real de mi día había sido el esfuerzo. Que el sudor no engaña, no admite interpretaciones. Que el corazón atiende a estímulos virtuales, hasta que el cansancio se impone. Que siempre se puede sufrir más, pero que la indignación tiene un tope. Y si lo sobrepasas sobreviene el escepticismo.

Y ese no se cura con Acuarius. Toma product placement.