Mi querida Big-Bang:

Anoche las Perseidas me pusieron los cuernos. No es la primera vez que me sucede -que me los pongan, quiero decir-, pero sí la primera que lo hacen unos astros anodinos cuya presencia había sido anunciada a bombo y platillo cual llegada de americanos en “Bienvenido Mr.Marshall”.

Yo, que conservo intacta mi ingenuidad, me había preparado para la ocasión con unos prismáticos de diez mil aumentos y una red cangrejera para pillar estrellas despistadas. Era la noche.Mi noche. Y había pasado la tarde atusándome para la ocasión: depilación integral, rodajas de pepino con yogur para que desde el más allá se me viera tersa, visionado de Star-Wars, Alien 1,2,3 y todas las entregas de Men in Black… y hasta E.T. Me las tragué todas sin pestañear, inmóvil cual esfinge para que no se desmoronase el pepino de los párpados superiores.

Tú lo sabes, cuando tengo un objetivo en la vida no hay quien me detenga. Ni siquiera la mirada atónita del vecino, que me sorprendió en el sofá con la ensalada en la cara, los pegotes de cera en las pantorrillas y el mando orientado hacia la tele mientras tarareaba desgañitándome el ataque de Luke Skywalker a los malos del lado oscuro. Te adelanto que el chaval aún no sabía lo de su padre y que la cursi de la princesa Amidala no había eclipsado los rodetes “Dama de Elche” de Leia.

Precisamente Leia me dio la clave para mi estilismo. Túnica blanca, dos ensaimadas en el pelo, prendidas con horquillas y de un bote entero de laca, y tres copas de whisky que me enjareté sin respirar. El resto de toxicomanías las obvié, porque soy madre de familia y además la nave nodriza la conduciría yo.

Tambaleándome metí a las niñas en el coche y puse rumbo a ALFA-112, la latitud convenida. No sin antes despedirme de la vaca con un titubeante “que la fuerza te acompañe, tronka”. Entonces, tal y como había visto hacer mil veces a Mr.Spock, pisé a fondo el pedal de ignición de la nave para que nos teletransportase rumbo a Orión. Lo siguiente que recuerdo es al vecino aterrado dándome palmaditas en la cara, y una sirena de fondo con luces que se apagaban y encendían muy deprisa. “¿Sois las Perseidas?”, murmuré. “No, señora, Fidel Rodríguez, del SAMUR, para servirla”. Justo antes de perder el conocimiento decidí que la próxima vez me inspiraré en Dark Vader, mucho más intimidante que Leia y sin vicios tóxicos conocidos. Dónde va a parar.