Mi querida Big-Bang:

Ayer fui centrifugada con tal fuerza que aún me duelen músculos que ignoraba que existían. Lo que tiene el spa es que me doblega hasta el carácter con esos chorros que ni la presa de las Tres Gargantas de China. Yo llego al Salus Per Acqua indómita y salgo humillada, envuelta en ese albornoz blanco que me hermana con el ancianillo del Imserso del chorro de al lado. Eso sí, mis zapatillas siempre son más fashion. Lo peor el es tufillo a lejía que neutraliza mi Dolce Gabbana, pero a la alta gama tampoco le va mal un baño de blanqueo y humildad.

Pues allá que fuimos mi amiga y yo después de leer la prensa en un café para guiris, ahítas de actualidad y vagas de espíritu. Y la cosa es que tú llegas al vestuario e indefectiblemente encuentras a alguna mujer en pelotas. Tú no quieres verla, pero la miras. Tú no quieres comparar su lorza con la tuya, pero lo haces. Y de ese momento que transcurre en segundos dependerá que entres chulita y crecida a la piscina o estirando el albornoz con la esperanza de que crezca y tape más carne.

Las comparaciones son odiosas, ya, pero las inseguras somos así. Hasta que entras en el jacuzzi y ya sólo te preocupas por no salir ahogada del revuelo de burbujas. Yo me agarré fuerte a las barras y dejé que la marea me llevara, haciendo aspavientos con las piernas y mucha fuerza con el culo para tratar de sentarme como dios manda. Imposible, el diseñador del sistema debía ser el mismo que hizo los efectos especiales de Titanic, y al final de la película me remito. Aquello parecía un remolino y yo una Kate Winslet sin Leo di Caprio que llevarse al coleto.

Lo bueno del spa es que cuando superas lo del jacuzzi tienes como premio el baño turco, con sus 80 grados de temperatura húmeda y eucalíptica. Y allá que nos lanzamos A y yo, empeñadas en desatascar los poros de piel y cerebro. Ya en la cámara “A” ella se puso a taparse una y otra entradas de la nariz, como una yogui profesional, mientras yo hacía lo propio más estilo cocainómana en su primer día de desfase. Aclimatadas a la cámara A, aceptamos el desafío: la cámara “B”, que es el mismo infierno sin llamas pero con un demonio que curra a destajo fabricando vapor de central térmica. Si no eran 120 grados lo parecían. Y a la yogui profesional le dio un jamacuco tal que salimos de los dominios de Satán a toda prisa, para que ella se desmayara como una señora en la cámara A, mientras nuestro público, casi en pelotas, opinaba:

-Se conoce que le ha dado un bajón de tensión. Que ponga las piernas en alto.
-Nooo, lo que tiene que hacer es bajar la cabeza.
-Yo diría (una ciudadana del Este, que de saunas saben mogollón) que debería respirar despacio y salir a tirarse al agua fría.

Fue escuchar la palabra fría y levantarse A como un resorte rumbo a cualquier chorro donde no hubiera listillas parlanchinas. Yo la seguí como pude, porque la amistad hay que demostrarla en estos lances, y casi me mato del resbalón que me di en el charco que había al salir. El monitor nos miraba con sorna, en plan “mira las fashion éstas qué mal se lo montan”, y como todo el mundo parecía estar pendiente no vi otra salida que tirarme a la primera pileta libre que vi. La del hielo, también diseñada por el ingeniero sádico de la peli citada.

Juro que en la inmersión vi pasar toda mi vida. Juro que sufrí tal encogimiento muscular que a la salida me sobraba una talla. Juro que mi amiga y yo no pudimos articular palabra petrificadas como íbamos camino de las duchas. Hoy aún siento los efectos del Spa y creo que en adelante tomaré baños termales en la bañera de casa, bien tranquila y sin tipejillos en bañador que entorpezcan mis evoluciones. La banda sonora, por supuesto, será cortesía de Mr Cameron. Y si a Leo le apetece dejarse caer, lo mismo no le hago ascos…