Los días de julio se escurren con esa pesadez atolondrada que otorga el regreso a los temas que tocan: 1. el calor sofocante (y sus derivados: los efectos letales del aire acondicionado en la densidad neuronal de las personas); 2. Grecia y el grexit; 3.¿para qué sirve un senador? o 4. el grito de guerra de Conchita Martínez al ser nombrada capitán de la Selección de tenis: “Soy mujer y estoy aquí”.

Hay frases que uno encaja según quién las pronuncie. Si te llamas Eduardo Mendoza y pariste a Gurb, puedes permitirte decir “Desde que murió Aristóteles los griegos no han dado un palo al agua”. Yo lo leí el otro día y me eché una carcajada, aunque no creo que toda Grecia sea vaga como no creo que todos los andaluces sean graciosos, todos los niños sean inocentes o todos los del PP sean pijos. Esta misma frase sobre los súbditos de Alexis Tsipras -¡ay, Varoufakis, cómo han descendido los niveles de testosterona desde tu degüello llamado autoinmolación!- dicha por Rajoy, por Juncker, por Lagarde,  pondría las redes sociales al rojo vivo.

A veces la libertad de palabra es más condicional que la de los presos. Y a veces habría que pagar un impuesto de expresión. Un bono de diez oportunidades de soltar sin filtro lo que sentimos. Con una condición, diría yo: que las frases estuvieran construidas según los sagrados mandamientos de la sintaxis, la semántica y la fonética.

(Yo pagaría la mitad de mi fortuna. Un brazo y una pierna. Y a más a más organizaría un festival como el de Eurovisión, pero de Euroexplosión, Eurodisgresión, Europoesía sincera).

Si uno fuera libre de decir durante cinco minutos lo que piensa de verdad, sin medir las consecuencias, el mundo experimentaría un temblor equivalente al de 1.500 millones de chinos saltando al unísono.  Al de la erupción del Vesubio y el Etna juntos, furiosos de lava y de destrucción. Al de un millón de cervezas agitadas cuyas anillas abriéramos de golpe. Opinar no es gratis, ya me temo. Es un ejercicio vigoroso de exposición al sol del otro sin echarse crema protectora. Pero nos pasamos la vida opinando gratis. Y por encima de nuestras posibilidades.

-Ese es asperger. He buscado en Internet los síntomas y de diez cumple ocho a rajatabla.
-Pues ahora mírate los de la bipolaridad ortográfica, guapa.

“Soy mujer y estoy aquí”, convengamos, ex una declaración de principios basada en una obviedad que no lo es. Confieso que nunca pensé que la tenista destacara por el don de la palabra. El mundo del deporte está lleno de frases hechas y lugares comunes para alimentar al dragón hambriento de la prensa deportiva. Un jugador de fútbol que citara a Aristóteles desconcertaría a la audiencia, y del desconcierto al abandono hay un paso.  Y algunas excepciones. Una vez entrevisté a Jorge Valdano y salí enamorada, aunque con la sospecha de que el argentino no se había permitido ni un leve aleteo de espontaniedad. Recuerdo que pensé: ¿Cómo será ese tipo cuando abandone los circunloquios cultos, las referencias de alta densidad y esa camisa azul clarito tan planchada?. ¿Cómo será en plena faena erótica? ¿Cómo discutirá con su mujer? ¿Cómo serán sus modales cuando coma solo un plato rebosante de espaguetti carbonara?

Estoy aquí y soy mujer. Y acabo de ingresar en una cuenta mis primeros diez euros para opinar sin cortapisas. Sin ton ni son. Sin atenerme al sistema de pesos y medidas. A la sagrada norma de la corrección política (falsa como su madre). Estoy a punto de explotar mis primeras opiniones. Espero ansiona las vuestras previo pago de su importe.