Ser mediocre no debería convertirse en algo catastrófico. El mundo está lleno de ellos y formar parte de una mayoría siempre ha sido confortable. Si eres mediocre puedes haber sido delegado de tu clase, puedes haber conquistado a la chica con tu gracejo de mediocre gracioso y estudiado una carrera universitaria. Después, con tu mediocridad a cuestas, es posible que te casaras, que medraras a base de codos y rodilleras, de adulación o de una mezcla de ambos, y por el proceloso sendero de la promoción interna llegaras a una cumbre despejada y te dieras unos golpes en el pecho. “Sí, lo he logrado”.

Entonces quizás alguien te propuso entrar en política. Estaba chupado. No hacía falta ser muy listo ni tener demasiada vocación. Y con una copa en la mano aprendiste a acercarte a los corrillos y a soltar un chiste aquí, una frase hecha y presuntamente brillante allá. Y tu mediocridad revestida de cierto ¿poder? te dio alas y te hizo sentir inmortal. Tarzán de los monos. Un tipo importante que seguía siendo el pringado de COU pero bien perfumado para que nadie se diera cuenta.

El tonto que se cree listo cava su tumba (el listo que piensa que los demás son tontos, también). Es posible que si además tiene pulsiones mangonas firme papeles y cobre por detrás confiado en su patente de corso. Luego se subirá a una tribuna y se le llenará la boca de proclamas que, convenientemente analizadas, no dirán nada. Aún así se le votará, no hay tantos dispuestos a ser delegados de una clase.  Y puede que haga favores para comprar lealtades. Y baile el agua a otros a ritmo de chachachá. Y se trague sapos on the rocks porque piense que una humillación hoy es un alzamiento mañana.

Y ensoberbecido por los aplausos no se dará cuenta de que las cámaras de televisión llevan años registrando sus palabras, sus movimientos, sus tropiezos. Y un día la moviola le devolverá una figura grotesca, la de su mediocridad venenosa y vendida al mejor postor. Y tendrá que dar algunas explicaciones ante el juez. “Verá, no fui yo, yo soy un mediocre, una víctima del sistema que alienta el advenimiento de los ambiciosos sin pedigrí, de los tontuelos bastardos, de los boy scouts que por un pañuelo y un banderían mueren y matan”.

Benditos sean los mediocres que se dan cuenta de sus limitaciones y se superan. Malditos sean los que deciden abrazar la política como una plataforma para ocultar sus taras vitales. La ciudadana mediocre que hay en mí no ha parado de vomitar desde que desayuna sapos crudos cada mañana. Como muchos, imagino, piensa que no todos los políticos engañan, mienten, estafan, se venden y abren cuentas en Suiza.  Pero si hay héroes limpios ahí dentro más vale que salgan pronto y expulsen a los pútridos o alimentará a esa masa feroz que ya no puede tragar más ni escuchar más discursos cimentados en la nada.

Me muero de asco. Necesito creer. Confiar en alguien que me representa sin tener que vigilarle por la noche para que no me meta mano, me robe o venda mi alma al mejor postor. El escepticismo es la muerte y creo estar a dos segundos del coma irreversible.

(P.D. La demagogia sale sola cuando los jugos gástricos se te instalan en la boca. Habla tu bilis, no tu corazón, y si no eres tú ya no eres responsable de tus actos)