No pega, pero mola

Desde que Arias Cañete “se hizo un Cañete” el otro día en el debate, apuro las ocasiones de demostrar mi exigua inteligencia. La mejor maniobra suele ser arrimarse a un tonto, porque tarde o temprano la lía. Si no eres demasiado lista, tal es mi caso, debes buscar al bobo útil y el contraste garantizará tu éxito social.

Cierto es que los inteligentes que más me gustan son esos que se guardan la artillería pesada para las grandes ocasiones, como los zapatos de los domingos cuando el domingo era el día del Señor y la misa previa al aperitivo y al paseo familiar. El inteligente exhibicionista pierde puntos a chorro porque le traiciona la vanidad, esa compañera gritona de camino.

Luego está el Cañete que se ve sobrado y se permite alardear de compasión hacia el que menosprecia, con uno de esos comentarios de taberna ilustrada que habrían hecho las delicias de los maestros del siglo de Oro. Y el listo tan listo que menosprecia de entrada la capacidad intelectual del otro y al actuar en el tablero con esa premisa cae en sus propias redes. Jaque mate.

Una campaña electoral es un sainete. Un coro bizarro de gritones que se dirigen a las tripas, nunca a la inteligencia, de los que quiere invocar en las urnas. Ayer en el Telediario la noticia era que un discapacitado ha conseguido poder votar en las próximas elecciones, y me pareció muy bien. A nadie nos hacen un examen para ver si somos aptos, mesurados, ecuánimes, suficientemente inteligentes como para dirimir a quién votar entre todo el elenco concursante en el festival de la democracia.

El machismo consiste en mirar el mundo desde la perspectiva omnímoda de que la mujer es menos. Algunos lo gritan tras un debate televisado, pero son los menos peligrosos. El peor machista, desde mi humilde punto de vista de mujer aspirante al club Mensa división femenina, es aquel que no da grandes titulares sino que destila menosprecio sibilino. Apenas unos toques acá o allí que harán sentirse a la mujer envenenada sin saber bien si fue la sopa o el foie. Ni por qué de repente se ha encogido en el sofá mientras él se fuma un puro con los pies sobre la mesa.

Todos los domingos miro en las páginas salmón de los periódicos los nombramientos de las empresas y cuento las mujeres. A menudo no hay ninguna. De vez en cuando aparece una y me pregunto cómo ha llegado hasta allí. También me pregunto cómo han llegado ellos y por qué siempre son más.

Busco frases sobre la inteligencia y …tachán, la mayoría las rubrican hombres. Debe ser que en la desorientación del laberinto las mujeres se perdieron y andan buscando letras para confeccionar sus propias aseveraciones.

Dicho esto, me confieso machista como la que más. Porque me cruje dar con tontas que exhiben su estupidez sin medir las consecuencias. Porque al bobo lo tolero mejor que a la boba, y debo hacérmelo mirar. Porque cuando detecto a una mujer desplegando armas de mujer como un atajo me dan ganas de zarandearla, de llamarle al orden. Porque suelo emprenderla contra la peor coquetería, la del “soy rubia, siéntete importante”. Porque no me doy cuenta de que algunas se han hartado de jugar en la liga del desprecio y se han pasado a la de la astucia para sufrir un poco menos. Porque no me ofenden los chistes machistas ni me doy por aludida. Porque…

Paro ya, que me estoy envalentonando. Deben ser las mechas (Ay, Valenciano, te ha venido dios a ver con el desliz de tu rival. Qué oportunidad has perdido de callarte y dejar que se ahorcara él solito. Eso que hacen los incautos y las incautas que no han incorporado la prudencia a sus deslumbrantes cocientes intelectuales)