Mi querida Big-Bang;
Lo más moderno hoy es cenar en un bunker y yo lo he conseguido. Tendrán que ponerme al menos tres sellos en mi carné de aspirante a coolgirl, porque voy a chulearme a conciencia. El lugar se llama Pret a Diner y está en Berlín. Tú entras y está oscuro de la muerte, con unos neones aquí y unos viejos contadores de luz allá. Un corredor con puertas de cámara acorazada donde podría rodarse la madre de todas las snuff movies y, cuando ya crees que es el fin, porque no hay restaurante, llegas a una sala llena de teutones rubios pelín siniestros que presuntamente están de fiesta y beben un líquido rojo. “Vampiros, por supuesto”, murmuras, y encoges el cuello para no ponerles los dientes largos.
Sí, como reza la carta del lugar. “This is not a pop-up restaurant. This is a dining experience”. Y te recorre un escalofrío inevitable cada vez que el camarero pasa por detrás de ti rozándote la espalda porque apenas hay 20 centímetros entre tu silla y la pared”. “Chicos, decidme que este no es una reencarnación de Nosferatu, una proyección con dientes afilados y uñas largas”, murmuro mirado de reojillo al Klaus Kinski que planta delante una piedra enorme con rebanadas de pan raro metidas en una hendidura. El vino, según reza su etiqueta, se llama Mano Negra. Y te lo sirve Nosfe con cara de “como no te lo bebas, te chupo la sangre”.
Deduzco que un local moderno debe mantenerte en tensión o le quitan la categoría de guay. No seré yo quien diga que estoy pasando miedo, pero abro un debate sobre los tiempos modernos muy apasionante de facto, pero que en este marco incomparable queda deshilachado. “La postpostmodernidad nos ha dejado huérfanos de sensaciones, así que triunfan las sacudidas, los túneles negros con trampa, la comida reelaborada sin sabor original y los seres del más allá, chungos como ellos solos”. Tanto esfuerzo intelectual me deja agotada. El camarero me atraviesa con la mirada cuando rechazo el segundo, y me lo planta de todos modos. Como sin rechistar.
Ser moderno hoy consiste en pasarte al lado oscuro sin espada láser verde fosforito. Conversar sin vehemencia y sin saber de lo que hablas pero fingiendo que es lo tuyo. Abrazar la languidez como estilo estético de vida y cenar en sitios oscuros donde jurarías que te han dado el hígado palpitante de una víctima pero no osas chivarte, por si el poli está compinchado con los siniestros.
Y, respecto al Mano Negra, perfectamente prescindible. Oyes.