Mi querida Big-Bang;
Por más que lo intento,no consigo enardecerme con mi patria.  Mira que lo he intentado, siguiendo tus instrucciones.  Pero lo de poner el himno nacional a tope tres veces al día no da más resultado que la contraonfesiva de mi adolescente con Miley Cyrus. Si además mi periódico más afín le da seis páginas de entrevista a Zapatero, mi urticaria se dispara porque atisbo maniobras para maquillar su evidente debilidad de líder con complejos y sin idiomas. Es triste, pero lo más parecido al sentimiento de pertenencia a la tierra lo encontré ayer en un desfile de ecuatorianos con virgen al hombro por el centro de Madrid.
El problema añadido de ser del centro es que no tienes una feria de Abril ni un salto de la verja al estilo Huelva para arrebatarte. Ni siquiera la cosa esa de los castellets que tanto les mola a los catalanes o el aurreku vasco, bailecillo de trote triste y desganado. Si eres de Madrid tienes que cargar con el topicazo de acoger a todos con sus vírgenes y sus floclores, pero sin participar, que es como estar en una fiesta en la que todos se han agarrado una cogorza y tú los contemplas en una esquina con tu vaso de Mirinda entre las manos. 
Al menos si has nacido en tierra de nacionalismos tienes mucho ganado:o estás a favor, o estás en contra. Y con esa dualidad puedes ir tirando sin plantearte este vacío existencial capitalino. A falta de un sentimiento más profundo, terminas encariñándote con las zanjas de Gallardón, con las luces navideñas de la calle de Alcalá  y con el escaparate luminoso de la tienda Telefónica, que ya es triste. 
Así las cosas, mi plan de exilio voluntario avanza implacable como una partida de Risk. Necesito desesperadamente sentir que mola ser española. Que tiene un valor añadido. Ya no aspiro al orgullo, pero sí a la satisfacción. Advierto que no me valen los políticos, ni esos intelectuales que no existen o no se manifiestan, ni los artistas (casualmente mis favoritos viven fuera). Puedo prescindir del sol, de la paella y de todos los topicazos y lugares comunes que sacamos a pasear para chulearnos cuando hay visitas. Prefiero la nostalgia que el aborrecimiento. La ensoñación melancólica que este desazonante aburrimiento que me aqueja. 
Hasta que llegue el momento de poner pies en polvorosa, declaro que mi patria es mi despensa; el olor a chotillo de las chukis a la vuelta del colegio. Un Bloody Mary de tarde y el café cargado de cada madrugada. Mi amiga A. cuando me pide que me manifieste, que “me estoy desdibujando”; mis tres calvos, mi hermana  y sus proles; Mi armario zapatero y cierto jersey con pelotillas que no tiro. Y el amor como una montaña rusa con vaivenes y loopings de alto riesgo. Quiero una patria ya. Y estoy dispuesta a todo para conseguirlo.