-Dame un beso, tonta.
-No, que tengo que pensar…

Una jornada de reflexión es la antítesis de la lujuria. A mí cuando me ponen a pensar me salen pareados, paradojas, hipérboles y todo tipo de desvaríos ordenados de la A a la Z. Pienso, luego existo. Así que el resto del año me conformo con ser un espectro que huye por los pasillos del supermercado en busca de sus galletas favoritas.

Si te da por pensar, es posible que te pases de rosca. La hiperestimulación de las meninges tiene la virtud del exceso y el defecto de la cobardía. Puedes pensar dentro de los límites de lo moralmente aceptable o explorar los bordes de ese cráter que es la creación. Un inframundo sin normas donde matas, asesinas y violas sin que nadie te lo eche en cara.  

El artista es siempre un serial killer. Pero en las inauguraciones le dan champán y le hacen explicar por qué esa escultura está arrancándose las tripas. Él bebe un sorbo de su copa, picotea unas almentras tostadas y le suelta a la señora marquesa: “es la destrucción de los de su clase, la ambición de la meritocracia, el rencor  asesino y la elegía por la hez que sos vos”.

Ella, la marquesa, no entenderá nada pero se irá de súbito al rincor de pensar.

Los rincones de pensar sólo tienen cortinillas cada cuatro años. Tú entras cargado de papeletas, las colocas simétricamente sobre la mesa ad hoc y haces pinto pinto gorgorito con trampa. Ya sabes cuál vas a meter en cada sobre, pero si tardas poco parecerá que no has reflexionado lo suficiente. Tras una campaña electoral extenuante tienes claro que el mejor candidato es el que aún no ha nacido. Un mesías que tendrá que llegar y morir por nosotros. Pero entretanto hay que arreglarse con los teloneros. Tipos escasos de recursos y cortos de entendederas.

Y entonces piensas que la política es un baile de vampiros (con permiso de Polanski). Un teatrillo de pueblo donde el alcalde hace de rey mago y el farmaceútico de Herodes. Y piensas que a veces hay que elegir entre susto o muerte. Y tratas de reducir tu pensamiento a uno o dos principios activos, porque sólo así podrás decidirte por Judas o por Epulón. Y, con suerte, saldrás de la cabina con la decisión tomada y un grado inevitable de melancolía.

Y después correrás al supermercado a pegarte un buen atracón de galletas.