1. El taxista que me lleva escucha una emisora donde un locutora fresca da consejos de sexo a los oyentes. Llama una mujer mayor y cuenta que su marido se masturba en la cama y que a ella también le gustaría pero le da corte delante de él. Son las 9 de la mañana. Una hora que no me encaja con el asunto, sino con tediosa letanía política y café con porras. Creo en la estacionalidad de las palabras. Hay palabras de mañana, de tarde, crepusculares o de madrugada destemplada. Existe un word-code silencioso. Observo al taxista por el retrovisor, cara de póker. La locutora locuaz y limitada empieza a hablarle a la señora, que podría ser su abuela, de tríos y parejas abiertas. La señora responde: “ah..sí, eso…”. Siento que no soy target. Esto va de una de 30 que utiliza a una de setenta y tantos para dar espectáculo en el atasco fingiendo que entiende su zozobra.  El tráfico se encona en Sor Ángela de la Cruz con Cuzco. El afterhours ha llegado al dial. El taxista podría ser mi padre, solo que a mi padre le azoraría escuchar esa conversación delante de una mujer que podría ser su hija. Recuerdo que le debo una llamada. Fin del bucle.

2.Viernes tarde: Nueva visita (fugaz) al tanatorio y plan casero con mi adolescente: perritos calientes y peli ad hoc: “Requisitos para ser una persona normal“, de Leticia Dolera. A mi hija le hace mucha gracia en sus 13 años de arrebato. A mí me encanta verla tan contenta, después de un sapo que nos tragamos ambas horas antes. La peli es fresquita, de cierta intención irónica soft con ramalazos indie y poco más. No soy el target. Aún así, me gusta que se ruede en IKEA como escenario del amor. Que el prota esté gordito y sea pelirrojo. Que los pijos que se apuntan a cursos de cata de gin tonic sean tan bobos como los hipsters que se apuntan a cursos de felicidad. Que manden los colores pastel. Que el hermano síndrome de Down sea gay (algo forzado). Que se cuestione la normalidad, a partir de una lista recurrente: “Trabajo, casa, pareja, vida social, aficiones, vida familiar, ser feliz…” Me falla que ese sea un planteamiento de treintañeros en la película cuando estamos rodeados de cuarentocincuentones en las mismas. El dial social desubicado, como la radio de por la mañana. Es una “peli mona y turquesa” para ver con tu hija adolescente y achucharla en el sofá. Y ya está.

3. Leo en la cama, con C. al lado como invitada especial, acerca de la “desazón del espesor de la distancia”, eso que nos acerca hasta quemarnos o nos condena al hielo tenebroso del Círculo Polar. Estar muy pegados ciega la perspectiva, pero alejarse elimina el foco y más si sopla la ventisca. La ¿normalidad?, en la que no creo,  tal vez sea explorar la media distancia, eso que en atletismo va de los 800 a los tres mil metros. Apago la luz, abrazo a mi hija, que termina buscando hueco propio y sin contacto físico en el colchón (20 centímetros a veces son un desierto) Oigo su respiración pesada, me invade la ternura. En este instante soy madre por encima de todo. Esa sensación tan animal y no tan frecuente…Al fin soy target.