Mi querida Big-Bang;
A Rubidio le parece fatal que mientras Irlanda quema sus naves, o sea, sus bancos, yo ande por París quemando las suelas de mis zapatos. El hombre es partidario de la sobriedad como gesto puramente estético, pero no sabe que la grandeur consiste en encender todas las luces navideñas sin recato en noviembre y hacer que la Torre Eiffel dispare chispazos que pueden verse a kilómetros de distancia. Oh, la la!
Si yo viviera en París, sería altiva como Carla Bruni y arrogante como su marido. No se puede tener un boulevard Saint Germain en vano ni unos macarrons que, aunque se pasen de glucosa, luzcan tan bonitos en la mesa a la hora de los postres. En francés no se pide rescate a la zona euro porque no está en el vocabulario de la revolución, y los escaparates de lujo de la place Vendome te invitan a soñar con diamantes. Tú eres una mezcla entre Audry y Lady Di, y lo llevas al extremo de entrar en el Ritz sólo para atravesar la célebre puerta giratoria emulando a la difunta, que en gloria esté. “Te falta poner cara de chunga pecadora”, me advierten. “Y un moro millonario que me adore con desesperación, no te…”, añado jocosilla.
Descuida, que este afrancesamiento se me pasará rapidito. Ya conoces mi inconsistencia y además la prensa extranjera habla de España en términos catastróficos. Ser de los PIGS (Portugal, Irlanda, Grecia, España) y leerlo en titulares te pone rápidamente en tu sitio. Eres una cerda y los franceses que te acompañan en el ascensor que sube a su torre gloriosa lo saben. Diría que arrugan la nariz, y se preguntan si vas a poder pagar la cuenta de ese restaurante megacaro y megapijo que corona unos hierros perfectos que miran majestuosos  al Campo de Marte. Ver París y después morir.
Hala, te dejo antes de despertar del sueño. No me recuerdes que en realidad soy una sansculotte de ésas. Quiero mi porción de gloria pasada por los Eliseos y una suite de por vida con mayordomo que me haga mucho la pelota. En unas horas pongo rumbo a Oporto y Cenicienta comprobará que el carruaje era una enorme calabaza. Eso sí, en lugar del príncipe me esperan las chicas de mi familia y un hotel pensión tres chic que va a arrepentirse de alojar a cinco PIGS desaforadas y con barra libre. Esto sí que es la vie en rose!