Mi querida Big-Bang:

Las ratas de campo corren sobre nuestras cabezas, entre los nudos de la parra. Las muy jodías se han ido apoderando con descaro del paraíso y M., la dueña del edén, se plantea un dilema: ¿las acojo con todos sus derechos o las extermino sin compasión? En realidad, la opción B no existe más que como posibilidad teórica, porque M. piensa con buen criterio que la tierra es del que llega, se instala y la trabaja. Llámese rumano, boliviano o rata de campo. Marxismo hortelano, diríamos.

Aclararé que antes llegaron las salamanquesas, los jabalís y las ranas coquí, misteriosamente trasplantadas de Puerto Rico. O eso piensa mi A-1, que ya se ha hecho una película de la cosa, con planteamiento, nudo y probable desenlace. Y junto a las ranas desembarcaron los invitados que plantan sus toallas, colonizan la balsa romana y se marchan con el corazón lleno y siempre una prenda de menos.

Huele a naranjas, huele a casa de reposo y hay tantos rincones para acogerte que podrías pasar el día escondido como un refugiado político, o dormitando sueños de arroz con bogavante.

Creo, tronca, que deberías tomarte unas vacaciones. Hazlo porque aquí los locos se curan con vino y conversaciones de una vehemencia balsámica que anuncia que nadie se saldrá del tiesto. Ni siquiera las desbordadas vocacionales, como es mi caso. M. cuelga la hamaca del árbol: “Hasta que no lo hago no siento que estoy de vacaciones”. Y los rituales se imponen como ceremonias de la vida marcadas por el sol y su calma chicharrera.

Me han traído al huerto como al río -”creyendo que era mozuela, pero tenía marido”- y este es mi sitio. Mi querida A-1 aporrea su teclado al otro lado de la mesa, seria y con el ceño fruncido. Café caliente y nuestras teorías desbaratadas sobre el amor y sus contornos. La creación y la desidia. Parar el tiempo es entrar en un bucle sin aristas que se balancea suevemente, como la hamaca de M.

¿Demasiada laxitud para una hiperactiva militante? No, el piloto automático está encendido y atisba al cazador que se cuelga de los árboles escopeta en mano. “Ése maltrata a su mujer”, me cuentan. Hijo de…. Supongo que con los mirlos negros no será más compasivo. No sé qué hora es. M. trajina dentro de la casa. Todo está en orden. Ni rastro de las ratas.

DÍA-2. TOMA 1.

Mi querida Big-Bang:

Imagina tres mujeres en pelotas y envueltas en fango gris verdoso. ¿La fantasía sexual de un alfarero o un trío raeliano que de un momento a otro será abducido por su platillo volante?. La vida en bolas te acerca al paraíso. Bye bye celulitis, estrías y carnes en caída libre libre sepultadas por el barro. Somos Kate Moss, Angelina Jolie y Scarlett Johansson, por no escatimar. “Nena, más bien Lola Gaos, Rossy de Palma y Loles León”, dirás. La cosa es que el barro provoca en nosotras una suerte de euforia aspiracional tal que anoto en mi libreta: “estudiar los efectos alucinógenos del huerto”. Nos chutamos aguacate, fruta de la pasión, albahaca, hierbabuena o cebollino,y lo siguiente es que nos sobran las bragas. Evas torpes en un edén sin serpientes at the moment.

Anoto: “Ni rastro de Adán”.

Francamente, chitina,me la suda el telediario. Lo más actual que recuerdo es el triunfo de Contador en el Tour, y allí se paró el tiempo. Después, un tren y una maleta con apenas tres prendas que repito. Si Coco Chanel levantara la cabeza le daría un síncope y me expulsaría del fashion mundo para siempre jamás. A la salamandra que trepa delante de mi vista le importa un carajo, me temo. A mí, ídem, eadem, ídem.

Las horas. La hora del baño en la balsa, la de la horchata con fartons, la del granizado con ron. Espero que estos cuernos al gin tonic me sean perdonados. M. y A-1 devanan a mi lado una sit-com de largo recorrido. Yo finjo que tengo cerebro bajo las mechas, pero me temo que es una papilla lechosa con tres o cuatro neuronas muertas flotando en la superficie. Un día más y habré perdido todas mis señas de identidad. Es lo que tiene la ausencia de vida interior y la sobredosis de melocotones.