Huguito sobre R.

“Pero yo te adoro y Huguito te amará con desesperación”

Huguito es el gato de R. El único felino que se sube a los cuellos y se instala enroscado con toda su anatomía como si fuera un tití o un guacamayo en una rama. Huguito piensa que es un ser humano, en realidad, y acompaña las horas de lectura de mi querido amigo, que se hace fotos de esa guisa y me las envía como prueba de la mansedumbre de su mascota.

-“Los gatos me odian, y me aterran“, le escribo tras anunciarle mi próxima visita y confesar las ganas que tengo de abrazarle.

Y entonces me responde lo del amor desesperado y me deja sin armas. Porque ni R. ni su gato son cicateros en el cariño. Quieren y se hacen querer. Círculo cerrado.

Luego están esas otras personas que, sin entregarse, logran tener siempre a los demás al retortero, como si se les debiera algo. Como si estuvieran sentados en un trono invisible, dos palmos por encima del suelo. Y desde allí regalan desdenes y mohínes. Leves indicaciones que siempre son insuficientes y te obligan a poner a tope el ventilador de las averiguaciones. Son esos a los que la suegra pone el primer trozo del pastel de cumpleaños. Y los que logran un silencio reverencial cuando por fin se arrancan a pronunciar unas palabras que, por lo demás, no resultan demasiado interesantes pero su carácter de oráculo les confiere un upgrade inusitado.

Nunca dirán, desde luego, “yo te adoro y Huguito te amará con desesperación”, porque son los reyes de la tibieza semántica y han arrancado de su vocabulario todo aquello que huela a pasión, a empatía encharcada de cariño. No se mojan, no concretan. Manejan con maestría la ambigüedad, el síesnoes, el ya veremos. Y te dejan herido de desazón, esperando unas palabras cálidas que nunca llegan.

(Y cuando al fin les das la patada te quedas como dios).

Pero Huguito te amará con desesperación. Y su amo te contará, como siempre, en qué historias está metido. Sus líos con las mujeres, sus lecturas y hallazgos, a quién ha entrevistado o qué mueble ha adquirido para el rincón del salón. Y se partirá de risa, con su fuerte gracejo catalán. Y te abrazará mucho, porque R. es un derroche de afecto, un río de ternura que no acaba. Y cuando te manda un washapp siempre te da la risa.

-Un colega me acaba de confesar que está al borde de la desesperación.
-¿Y eso?
-Después de cuatro chupitos de lo que sea, sus padres han puesto a tope la canción  Si tú eres mi hombre y yo tu mujer.

O bien:

-Me quiero comprar un sillón nórdico para imaginarme bebiendo cerveza caliente en un pub de madera.
-¿Y tiene que ser caliente?
-Así es como me viene a la cabeza, pero no sé por qué.

O bien:

-A todas las chicas que se llaman Eva las identifico con el color azul.
-¿Ah, sí?
-Y las canciones de Robert Palmer con la crema de afeitar.

O, de repente.

-¿Tú eres más de lencería negra o roja?
-¿Cómooooooooo?

No sé muy bien de qué iba a hablar hoy. Creo que de esos amigos que, pasados los cuarenta, te regala la vida en un viaje de trabajo, una cena, un entrenamiento para la primera carrera de tu vida o un curso de literatura. Gente que existía sin tú saberlo y que el azar pone en tu camino. Como mi amigo R., hace ya años.  Como su gato Huguito, al que cederé mi cuello si es menester a cambio de que me ronronee y no me arañe mientras bebemos cerveza en un sofá que siempre será nórdico mientras suena la música de Robert Palmer y R. se afeita justo antes de irnos a cenar.