Comisaría, Jueves Santo

Madrid, comisaría de barrio. 19.55h. Una sala desangelada, sin ventanas, vacía e iluminada con luz mortecina y lechosa. Sólo otra mujer, sentada con esa postura hipnótica de procesión del Silencio de Jueves Santo, y yo misma tratando de recordar el nombre del Santo al que hay que encomendarse para que aparezca lo que se pierde. De cuando en cuando policías altos, atléticos  y con cortes de pelo y cejas de futbolista entran y salen como si no repararan en nuestra presencia. Pasan 30 minutos y al fin me llaman. Denuncio el robo de mi cartera en el autobús, entre las 14 y las 14.30 horas de la tarde, sin siquiera darme cuenta. Hago un relato limpio, ordenado y preciso de los hechos -o más bien de su contexto, porque al descuidero/a ni lo vi ni lo sentí.

“¿Qué llevaba dentro?” La vida entera, podría decirse. Una vida parcialmente cancelada (tel bloqueo de tarjetas: 900 811 381) -las tarjetas de plástico y sus claves- más 70 u 80 euros. “¿70 u 80? no podemos poner aproximaciones en la denuncia”, me advierte el amable policía. “Pues ponga 75” (ni pa ti, ni pa mí). Un dineral para lo que suelo llevar encima (no más de 20, hoy todo se paga con plástico o teléfono móvil). Tarjetas sanitarias, tarjetas tarjetas de gasolinera, tarjetas… El DNI, el carné de conducir… . Con el paso de las horas iré recordando más documentos. La de puntos de Iberia. La de IKEA. La de… Extrañamente tranquila.  Enumero.

Me han robado con suma delicadeza en plenas vacaciones de Semana Santa y el agente me atiende con eficacia y sin transmitir sensación de tedio ni de prisa. Amable pero no empático. Profesional, diría. En una estancia fea y sin ventanas, con papeles acá o allá pinchados en las paredes. Extraño en un mundo digital donde nuestra existencia está cifrada en códigos que memorizamos y se transportan desde teclas que inician viajes invisibles y a veces extenuantes. Darte de alta y de baja (Netflix, Naturgy, Prosegur, Mapfre, Mutua Madrileña…),  Comprar (Amazon, Westwing,Zara...), vender (Wallapop), pagar (Bizzum), viajar (Uber), comer (Ticket Restaurante)…etc (ligar, para quienes estén “in the mood”, como mi profe de inglés neozelandesa o mi amigo C., (Tinder) . Las transacciones de la vida viajan en una autopista colosal e invisible que a veces ofrece parada y fonda en nuestra cartera.

El día del robo llevaba estas botas

Y un día te la roban y es un desastre. Y vuelves a un mundo de papeles. Y firmas por triplicado la denuncia que te tiende el agente de los ojos azules que hoy se cortó al afeitarse y en la descripción que hace de ti en los papeles de la denuncia lees: “mujer, 164 metros de altura, complexión normal, el pelo corto rubio, vistiendo ropa negra y fulard de colores en el cuello, unas botas de color amarillo, portando un bolso negro así como una bolsa grande de color rosa”. “¡Qué poco juego daría como personaje de ficción, de no ser por las botas amarillas!”, me sorprendo pensando. Esa aficción por el calzado podría darme un toque a nivel papeleo de denuncia. “Sí, la recuerdo, dirá el conductor de autobús. Llevaba unas botas de tacón amarillas, incluidas las suelas…”. Y poco más.

“¿Qué probabilidades tengo de que aparezca la cartera?” pregunto en tono reportera de “Callejeros viajeros“. El agente profesional que se afeitó rápido esa mañana se encoge de hombros: “muchísimas aparecen y muchísimas no. Hoy mismo habrán robado decenas de monederos en Madrid”. La conductora de autobús que me trajo gratis de vuelta a casa por falta de cash me reconoció  que, pasadas 24 horas, si no ha aparecido es difícil que aparezca. Alguien podría estar usurpando mi vida ahora mismo. Pero una parte de mí aún cree en los milagros, y más en Semana Santa. En que alguien, quizás un solícito lector/a de este blog, me encuentre tirada junto a una papelera y me escriba a través de las redes sociales y quedemos para recuperar mi existencia desparramada en el asfalto de esta ciudad sitiada por los virus y hambrienta de sol, torrijas y azoteas.

Y si eso ocurriera u ocurriese creeré más que nunca que ahí fuera hay gente amable, profesional, decente, solidaria. Además de prestidigitadores/as que mangan sin violencia y se toman unas cañas a la salud de esa boba de las botas amarillas un Jueves Santo del año II del Coronavirus. Y aquí paz. Y después, gloria.

PD. Gracias a M. por darme cash y a C. por pagar las cañas. A ambos por el cobijo y el buen rato. A la conductora de bus que me creyó y me trajo gratis. Al poli profesional. A la suerte de que al final esto sea una molestia grande, pero nada grave!