A un hombre le robaron un mes y lo anduvo buscando en la escombrera de su memoria. Pero la memoria es terca, y se empeña en intervenir los contornos del recuerdo como un arquitecto zafio de esos que se creyeron rock stars y acabaron erigiendo moles de cemento tóxico con grietas.
(La grieta le sienta bien a la arruga de expresión, no a la de resentimiento o a la del tabaco)

“¿Quién me ha robado el mes de abri? ¿Cómo pudo sucederme a mí…?” (Definitivamente, Sabina, no es esta tu mejor canción)

Un mes entero es un ciclón que pasó y devastó, que besó y se hizo carne. Treinta días, treinta noches. Cuerpos desparramados, carreteras con alfalfa en flor. Letanías en fuga, incendiarias discusiones sin fuste. Una película  a lágrima viva. Alguna exposición en solitario: “Mira que eres infiel, has ido sin esperarme”. Un ojo achicharrado,  un viaje con olivos, una cena con nachos y margaritas a granel. El reloj detenido a las 5 am. El codo sinuoso de una escalera que los manazas usan y no ven. El buen amigo de paso. La noche con los huesos hincados en la  alfombra. El sueño sorprendido de una siesta.

Desde que duermo sin paradas me he vuelto muy vulgar, el tiempo se me escurre como ayer los goterones de sudor por la espalda. El insomnio tiene la ventaja de prolongar la vida que es la vigilia, aunque sea una vida a medio gas, siempre arrastrada. Un mes de un dormilón es la mitad que el del sobresaltado.  El tiempo del asombro dura mucho, sin embargo. Ayer en un funeral de la familia el sacerdote no hizo ni media mención a la difunta. Me pareció tan insólito, tan frío, que le hubiera quitado un pico de la nómina. Era como ir al examen sin haberse leído la lección ni molestarse en un improvisado cacareo.

Quién era, qué anhelaba, por qué la enfermedad cuestiona a dios y a esa fe renqueante de los que quieren creer… (En un hipotético calendario figuraría tal vez una sotana colgada del clavo de una pared, una semicrucifixión en caída libre). Cuanto más escuchaba yo a ese hombre aséptico hablar de que la vida no acaba aquí más ganas me daban de bailar, de beber, de abrazar a mis hijas…por si acaba o por si en el más allá ése -que en los cuentos se llama Nunca Jamás- no nos reconocemos o hablamos diferentes idiomas.

En un momento dado creo recordar que el ministro en funciones del Señor dijo que la muerte no interrumpía la relación del difunto con los vivos. Y a punto estuve de darle la razón, porque yo creo en el poder del recuerdo y hasta en la fantasía de lo que nunca fue, pero él se refería a un encuentro en la tercera fase. No sé si alguien experimentó consuelo. A mí me daría pavor ir un día por el pasillo y cruzarme de pronto con mi abuela, que en gloria esté. En lo único que estamos de acuerdo es en que la muerte es el descanso, ese fundido en negro, cuando la vida sevuelve una mala película. Cuando tú ya no eres tus piernas ni tus brazos. Cuando te estorba hasta respirar y tu imagen enfrentada en un espejo se vuelve tu peor enemigo.

Me parece que igual que los médicos hacen cursos de duelo para dar malas noticias a los enfermos, los curas deberían hacer cursos de esperanza, de consuelo, de dramatización o engaño bien urdido. Es su trabajo, como el mío es escribir y perderme en las rotondas  y el de mi portero hacer crucigramas en el chiscón cuando concluye la faena.

Mi calendario de hoy es una fantasía sueca. Estocolmo me espera a 20 grados. El hombre que perdió su mes de Abril lo ha repescado y respira satisfecho, aunque sospecha que no es idéntico a lo que fue (como reconstruir un jarrón que se estrelló contra el suelo y quedó roto en mil pedazos).

Avaricia de perdedor; guardar, recuperar, acumular, atesorar,… llegar al Diógenes en lasciva ofuscación de lo que no quiero convertir en recuerdos. Trampa del tupperware y el papel de aluminio, congelación sin etiqueta ni caducidad“, escribe el que perdió los días, treinta días . Y es la resurrección, señor cura de ayer. Y el duelo en este caso es una fiesta.