París

Mi banco está empeñado en que le venda mi alma en cómodos plazos. Cada dos o tres meses me llega una carta en la que me anuncia con alborozo que me ha sido preconcedido un crédito. El de ayer, de 40.000 euros. Ofrecer créditos alegremente se parece a trapichear con droga a la puerta de un colegio. Con suerte engancharás a un ingenuo que tras caer en la trampa tendrá que hacer malabarismos a final de mes para saciar el mono que es cada letra y poder dormir tranquilo.

Como no respondo a sus cantos de sirena, me llaman por teléfono.

-Le ha sido preconcedido un crédito de…tachán!  ¡Cuarenta mil euros!
-Pues fenomenal, pero no lo necesito, gracias.
-¿No le vendría bien un viaje al Caribe, un coche, un ordenador última generación?
-No sé si me vendría bien, pero no los necesito.

Juro que la voz al otro lado del teléfono muestra desconcierto y una ligera frustración. Imagino a Satanás tentando a Jesucristo en el desierto tras un ayuno de cuarenta días con sus noches:

-Te daré todas estas riquezas y el honor que supone ser dueño de todos los imperios si te postras ante mí y me adoras.
 

Las tentaciones de Satán

Envalentonada por mi titánica resistencia a Lucifer,  le sugiero a mi interlocutor que, ya que les sobra el dinero, se lo preconcedan a algunos de mis amigos, hartos de peregrinar por las oficinas bancarias en busca de crédito, sin éxito. “Es más, puedo pasarle una lista con sus nombres y teléfonos”. Se hace un leve silencio y Satán boy suelta una risilla nerviosa:

-Verá, esta oferta no es transferible, jeje… 
-Pues qué pena. Me parece perverso ofrecer dinero a quien no lo necesita y negárselo al que lo necesita desesperadamente.
-Bueno, sí, verá, así funciona el sistema…Que tenga usted un buen día.
-Usted también. Suerte con sus tentaciones diabólicas.

Tras colgar el teléfono, imagino otras versiones del negocio del Mal que seguro que andan por ahí sin que el Papa Francisco pueda detenerlas:  

-Le ha sido preconcedida una novia high profile. Guapa, lista, turgente, sexualmente proactiva y sin grandes heridas de guerra.
-Ah, gracias, pero…verá. Es que yo estoy casado y no me va mal.
-Bueno, sí, lo entiendo…¿Pero no sueña de vez en cuando con un tórrido romance en una selva tropical, los dos ligeros de ropa y con sendos mojitos entre las manos?
-Hombre, no está mal la propuesta.. Pero lo mismo a mi mujer no le hace mucha gracia.
Su mujer, su mujer… Las mujeres están para cambiarlas. Hay muchas, se hacen viejas y cada vez más exidentes.
-Ya, pero yo a la mía la quiero un poco. Son veinte años juntos…
-¿Y le sigue diciendo a todo que sí, mi amor?
-¡Ni de broma! 
-Pues necesita otra.

Dior

Crear una necesidad cuando no la hay es lo que alimenta la sociedad capitalista. Seres voraces, ansiosos, desatados por poseer. Yo fijo que en unas horas desearé desesperadamente un vestido de Dior cuando contemple el desfile con las propuestas de Raf Simons. Y a la salida necesitaré ser una de esas parisinas sofisticadas que alborotan las Tullerías con esos cutis blancos y eso mohínes de ligera condescendencia. Y es muy probable que mate por un pied-a- terre cerca del Sena, con música de violines y toda la bohemia chic a mis pies. 

Tentador, muy tentador.

Pero si aparto la imagen del paraíso mon amour puedo recuperar lo más tentador. La sensación de volver a casa y revolcarme en el sofá con mis chukinas. Ruisosas, insoportables a veces, intensas casi siempre. Pero un billete seguro al calor y a los abrazos. 

(Y dado que es viernes, pizza con cine clásico preconcedido al instante).