Descalzos por el parque

Últimamente me ha dado por comprar pijamas. De algodón y corte masculino. A partir del segundo lo interpreté como una tendencia que debía observar de reojo, pero mi adolescente ayer me puso entre la espada y la pared:

-¿Se puede saber por qué te compras tantos pijamas? Es el tercero que estrenas. Es raro.

“Porque me da la gana” era una respuesta posible y adecuada a su tono impertinente, pero me sorprendí respondiéndola que quizás es porque intento seducir al sueño, que huye de mi lado a eso de las cuatro o las cinco de la madrugada. O porque siempre quise ser Jane Fonda despidiendo a Robert Redford en Descalzos por el parque. O puede que porque ya va siendo edad de tener un ajuar noctámbulo como dios manda, después de años durmiendo con camiseta de aquí y pantalón de allá, en un acto de rebeldía contra el universo “a juego” que nos habita.

Además, podría añadir, a otras les da por comprar toallas. Supe de una mujer que, completado su ajuar toallero en tono violeta, le dio por cambiar a frambuesa y regaló las toallas a las amigas porque no podía soportar el efecto del color. “Es como de puticlub fino”.

Mi amiga A. ha estrenado lo que llama su “era del dorado”. Y sale a la calle con una preciosa gargantilla de oro convencida de que atraerá la riqueza o en bienestar en su defecto. H.  acumulaba bragas que no llegaba a estrenar, y ahí dormían, en el interior del cajón, con sus etiquetas colgando y a la espera de una década dorada de pasión y sexo que nunca llegó. Si no quitas las etiquetas de la lencería sexy es que en realidad estás amagando sin dar.

Un pijama, vuelvo al caso que nos ocupa, es la invitación a la noche tranquila. Al vaso de leche y al libro de David Vann, “Tierra” (Literatura Mondadori), que ando ansiosa por atacar tras la prodigiosa Sukkwand Islad. Leo en la contra que José María Guelbenzu escribe sobre él “En Vann hay algo que lo aproxima a la estirpe melvilliana de la novela americana contamporánea que señaló Harold Bloom”, y me dan ganas de que llegue la noche para volver a ponerme mi pijama y entrar en la cama y atacar el libro largo rato hasta que el sueño, ese traidor que no me ama, me requiera rendida en el lado derecho de la cama. Y me someta y huya justo cuando más lo disfrutaba. Un coitus interruptus en toda regla.