Tras una noche removida, agitada como el dry Martini de James Bond, donde he nadado no menos de cien largos de colchón estilo libre, abro a mi compañera de mesilla por una página al azar y me estremezco:

Me levanté a la noche y dije. “Pero soy la más apasionada de las mujeres. Quítame los afectos y sería como un alga fuera del agua; como la coraza de un cangrejo, como una cáscara. Todas mis entrañas, luz médula, jugo, pulpa, se irían. Quítame el amor por mis amigos y mi ardiente y acuciante sensación de lo importante, lo amable y lo curioso de la vida humana y no sería más que una membrana, una fibra descolorida, inerte para ser arrojada como cualquier otro excremento”.

He soñado con Jorge Bergoglio, ese hombre de mi vida. El recuerdo me asalta de repente, como un relámpago, mientras leo a Virginia Woolf como quien toma el primer café o la pastilla para la urticaria. De repente, relaciono las palabras de la escritora con la Biblia y esa lectura de  San Pablo a los corintios de las bodas que hace que me chiflen las ceremonias nupciales religiosas a pesar de su inevitable toque carnavalesco (por tanto fugaz, pasajero, que convive con una promesa de eternidad y a menudo muere con el entierro de la sardina).

“Ya podría yo hablar las lenguas de los hombres y de los ángeles; si no tengo amor, no soy más que un metal que resuena o unos platillos que aturden. Ya podría tener el don de predicción y conocer todos los secretos y todo el saber; podría tener una fe como para mover montañas; si no tengo amor, no soy nada”.

A quienes estén a punto de llamar al Samur para que me asista de un posible ataque de meapilismo, parad quietos. Acabo de entender por qué cuando escucho esta lectura (que mi hermana leyó en mi boda, cuando yo era otra yo  algo más torpe y despistada) me estremezco. Es un alegato de la pasión que explica todo. A veces las palabras nos confunden y tendemos a ordenarlas en el cajón por compartimentos para que no se mezclen, se intoxiquen. Pero amor y pasión duermen en la misma cama. Como mis Dormidinas y mis tapones de los oídos. Mi libro de Montaigne y mi sérum milagroso. Mis calcetines de correr y las medias de rejilla matahari. Mi ironía implacable y mi ternura.

Jorge Bergoglio

(Debo contar a las chukis que uno tiene que identificar en la vida algo que lo arrastre como la corriente de un río desbocado. Una sola cosa, pulsión arrebatada, bastaría)

Si no te sale ardiendo de lo más profundo de ti, no lo hagas“. Anoche J. me regaló ese texto de otro apasionado (y alcohólico y maldito ) Charles Bucowski titulado ¿Así que quieres ser escritor? y fue un chispazo. Entiendo que en el fondo habla de lo mismo que Virginia W. y que San Pablo. Una creadora genial y perdida en su laberinto de locura, un apóstol de Cristo y un exhibicionista incendiado por el fuego del realismo sucio llegan a la misma conclusión

Lo contrario del fuego es la tibieza. Pasar por el suelo de los días sin pena ni gloria. De puntillas para no hacer ruido en lugar de abrasarse los talones, los dedos y las uñas. Diría que se puede cruzar la calle inadvertido, sonámbulo de cifras y de letras. Pero cuando te quema ya no puedes mirar hacia otro lado. Y escribes, y fabulas, y dejas de perder el tiempo en la ruleta, en las citas sociales, en la cola del supermercado.

“Ambicionad los caminos mejores” (Y esto vale, convendréis,  para ateos, para escépticos, para mediopensionistas). O “Mi acuciante sensación de lo importante” (ay Virginia!). Y, ahora sí, mi borracho favorito, con ustedes:

¿ASÍ QUE QUIERES SER ESCRITOR?

Si no te sale ardiendo de dentro,
a pesar de todo,
no lo hagas.
A no ser que salga espontáneamente de tu corazón
y de tu mente y de tu boca
y de tus tripas,
no lo hagas.
Si tienes que sentarte durante horas
con la mirada fija en la pantalla del ordenador
ó clavado en tu máquina de escribir
buscando las palabras,
no lo hagas.
Si lo haces por dinero o fama,
no lo hagas.
Si lo haces porque quieres mujeres en tu cama,
no lo hagas.
Si tienes que sentarte
y reescribirlo una y otra vez,
no lo hagas.
Si te cansa sólo pensar en hacerlo,
no lo hagas.
Si estás intentando escribir
como cualquier otro, olvídalo.

Si tienes que esperar a que salga rugiendo de ti,
espera pacientemente.
Si nunca sale rugiendo de ti, haz otra cosa.

Si primero tienes que leerlo a tu esposa
ó a tu novia ó a tu novio
ó a tus padres ó a cualquiera,
no estás preparado.

No seas como tantos escritores,
no seas como tantos miles de
personas que se llaman a sí mismos escritores,
no seas soso y aburrido y pretencioso,
no te consumas en tu amor propio.
Las bibliotecas del mundo
bostezan hasta dormirse
con esa gente.
No seas uno de ellos.

No lo hagas.
A no ser que salga de tu alma
como un cohete,
a no ser que quedarte quieto
pudiera llevarte a la locura,
al suicidio o al asesinato,
no lo hagas.
A no ser que el sol dentro de ti
esté quemando tus tripas, no lo hagas.
Cuando sea verdaderamente el momento,
y si has sido elegido,
sucederá por sí solo y
seguirá sucediendo hasta que mueras
ó hasta que muera en ti.
No hay otro camino.
Y nunca lo hubo.