Escalera al ¿cielo?

Mantengo una relación ambigua con la ambición. Por un lado la detesto. Por otro me parece imprescindible para el cambio.  Considero que, como el colesterol, hay ambición buena (HDL) y mala (LDL).

La mala, la que bloquea las arterias, es la que se alimenta de sí misma. El más por el más. La geometría del éxito que se mide en números. La buena se mide en bienestar.  Todo lo que uno puede hacer para ser mejor, para crecer, para lograr un equilibrio entre lo que tiene y lo que necesita para sentirse satisfecho.

Una vez leí una entrevista a Penélope Cruz que no tenía ningún interés, salvo por una respuesta que no se me ha olvidado. Decía que la clave de su éxito residía más en las veces que había dicho no a una propuesta que en las ocasiones que dijo que sí. Y que no traicionarse a uno mismo era el único modo de subir sin perder el pellejo en el camino.

Me pareció muy sensata. Esas cumbres establecidas socialmente  están llenas de ambiciosos y ambiciosas sin alma. Como las faldas del Everest empiezan a estarlo de turistas sin entrenamiento que dejan latas bajo los riscos.  Vender el alma al diablo sale caro. Los padres somos los peores. Nos pasamos la infancia y adolescencia de nuestros hijos alentándolos a estudiar porque el mundo adulto es tan competitivo que si no tienes una carrera no irás a ninguna parte y blablabla. Y se nos pone ese tonillo master&master tan apestoso y poco edificante.

Entono el mea culpa y me doy cuenta de que debería contarles a mis hijas más a menudo que hay que estudiar para estirar la mente, para disfrutar del conocimiento, para excitar la curiosiosidad. No para ganar más dinero, no para ser más jefa. Sí para poder tomar tú las decisiones, para emprender, para conseguir detectar lo que realmente te gusta y convertirlo en la forma en la que te ganas la vida. Y, lo más importante, que eso te permita tener tiempo para dedicarlo a  esas otras cosas gratis total que son las que te hacen más feliz.

Que el dinero y el éxito sirven sobre todo para comprar tiempo, no para comprar voluntades.

Que las personas más ambiciosas que conozco -las de ambición LDL, digamos- no son las más satisfechas. Corren tanto que se les olvida por qué estaban corriendo. No paran a descansar sin mirar de reojo a los otros, que siempre sienten contrincantes. Tienen miedo y eso les bloquea las arterias.

Y que la ambición HDL construye personas que solo escalan picos cuando saben que arriba les espera una explanada verde con sombras de árboles y el rumor de la brisa libre de humos.

PD. Juro que no me he leído un manual de libros de autoayuda, y pido disculpas por el tonillo moralista low cost que me ha salido. Efectos de una noche insomne y desatada.