“Hay que leer a Quiroga, hay que leer a Felisberto Hernández y hay que leer a Borges. Hay que leer a Rulfo, a Monterroso, a García Márquez. Un cuentista que tenga un poco de aprecio por su obra no leerá jamás a Cela ni a Umbral. Sí que leerá a Cortázar y a Bioy Casares, pero en modo alguno a Cela y a Umbral”. (Consejos para escribir cuentos. Roberto Bolaño)

Uno nunca sabe demasiado. Nunca sabe suficiente. Hay un día en el que se levanta y considera que ha acumulado una ingente cantidad de información en la vida y entonces lee a Bolaño. O no lee en absoluto. Las personas más tontas que conozco creen que lo saben todo desde los doce o trece años. Creen que Ferrero Rocher es una marca de bombones refinados, que la vulgaridad es una de las bellas artes y que las brujas no existen.

Imagina que te dicen que en otra vida fuiste una actriz y tuviste un accidente de avión. Imagina que contemplas la reencarnación como una hipótesis posible y, sintiéndolo mucho, tan probable o improbable como la resurrección el famoso día del Juicio Final (tan popular como el Juicio de Nuremberg, solo que este ya fue, está documentado,y el otro admite fantasías y cuadros de El Bosco). Imagina que estás en una mesa contándole a un grupo de niños, tus sobrinos, que hay culturas que consideran que a la muerte uno pasa a ser otro, o quizás una animal. Pongamos que un ratón o una sardina.

Y entonces se hace el silencio y una adorable niña de seis años, la que un día estuvo a dos minutos de pasar el umbral, te mira con esa mirada penetrante de sabia que vuelve cuando otros van y suelta: “Pues yo quiero reencarnarme en Sara XXXXXX, XXXXXX” (sus dos apellidos).

La dictadura de la razón ha hecho mucho daño a los cuentos. “Vosotras sois muy analíticas, no hay más que ver cómo os sentáis”, nos dijeron el otro día a A. y a mí. Ceñirse a la ley cartesiana (¿la duda metódica?)  es una forma de protegerse, sospecho, aun sabiendo que ahí afuera hay una vía láctea alternativa que provoca recelos. Mayormente porque los hierbas más zopencos se han dedicado a adorarla sin rigor ni vocación. Y en ausencia de base intelectual mentan a la energía, al cosmos y a los gusiluz y se sueltan el sujetador. 

Yo he leído a Cela y he leído a Umbral. Al primero sin poder sacudirme la antipatía que me despierta, no ya sólo de oídas sino tras haberle conocido en dos ocasiones, nada memorables. El segundo se meó (así, en plan vulgar y con perdón) en una terraza donde solíamos hacer entrevistas. Eructó y nos dedicó un recital completo de grosería disfrazada de excentricidad. Estaba viejo y enjuto bajo esas americanas vaqueras. Jugaba con las palabras desde el sarcasmo, sí. Y nunca fue santo de mi devoción, ni siquiera como columnista. Pero debo reconocer que hay un libro, “Mortal y rosa”, que me sobrecogió. Narra la enfermedad y muerte de su único hijo y lo hace de manera febril, delicada, en un sollozo de palabras que te pellizcan y te dejan baldado y sin escapatoria posible.

La muerte es el tema universal, aunque entre todos hemos decidido que sea el amor. Más llevadero, más manejable, menos incógnito. El amor maldito en ocasiones se apodera de los cuerpos y se instala a vivir podrido en un rincón, como una gangrena que impide que algunos vuelvan a querer. Esto que cuento forma parte de un cuento y termina mal, o depende. Tendría que preguntarle a Bolaño que, desde luego, está un poco muerto. Y entonces hablan las cartas y los brujos. Y eras una vaca, o una cenicienta instalada en una calabaza guiada por ratones. En otra vida, desde luego.

Blade Runner

Toda esta maraña absurda viene a que creo en mundos que escapan a la razón. Si tuviera un talento clasificable, ponderable, susceptible de terminar como artículo en Science y no en News of the World diría, quizás, eso de “Yo he visto cosas que vosotros no creeríais: atacar naves en llamas más
allá de Orión. He visto Rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la
Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo como
lágrimas en la lluvia. Es hora de morir”
y después, solo después, me tiraría a Bolaño con desesperación, no sin antes haber hecho una pira con algunos libros de Cela y de Umbral (y de muchos otros mucho más mediocres, querido Roberto).

Como no lo tengo me limitaré a dejar que razón e intuición, sentimiento y construcción, bailen juntos alocadamente. Y burlen la muerte, y devengan cuentos que pasen los controles ISO de la excelencia. Y nos deparen horas de lectura apasionada, febril. Un trance, lo que viene siendo un trance.

“Lo repito por si no ha quedado claro: Cela y Umbral, ni en pintura“. Roberto Bolaño.