De los viajes me gusta la sensación segura de tierra firme de volver a casa y meterme en la cama con un libro que huele a nuevo, abrir una página al azar y decidir si lo  empiezo o no lo empiezo:

La vida no se rige por la voluntad o la intención. La vida es una cuestión de nervios y fibras y células que se multiplican lentamente y en las que se oculta el pensamiento y sueña la pasión (…) Qué frías tienes las manos, Alexander“. Las Políglotas. William Gerhardie. Impedimenta.

He pasado tres días con las manos frías. Rebobino conversaciones con un grupo de desconocidos, mayoría hombres, que hablan con un plato de deliciosas ostras y un vino local.

-Rompí con mi pareja porque íbamos a los restaurantes y no paraba de mirar alrededor, como nervioso. No me hacía sentir que mi presencia fuera importante.
-Sigo con mi mujer después de muchos años y con la intención de que dure, pero a veces me pregunto cómo se puede pasar uno la vida con la misma persona, el sexo con la misma, y me gustan muchas, y las miro…
-Pues yo de vieja aspiro a estar locamente enamorada. Una pasión de arrugas y de canas. Un desafío.

La vida sí se rige por la voluntad, diga lo que diga el personaje de Gerhardie, con el que ya tengo una cita tórrida esta noche. La voluntad nos lleva a no dejarnos llevar por la locura, que llamamos impulso natural. A veces hay que quedarse en un sitio y mantener las manos frías en las de otro al que abandonaríamos mañana, y dentro de una semana o de un mes. No es cobardía, sin embargo. Mi desconocido que se fija en muchas quiere a su mujer, imagino, porque habla de ella en conversaciones que divagan entre esto y aquello y no lo hace con cinismo. Realmente siente que es una faena que le gusten otras. Preferiría tal vez que su mirada estuviera secuestrada entre el cuello y las caderas de la esposa con quien duerme y no sé si lee en la cama.

Otro hombre, a mi derecha, asegura que pasado año y medio con el mismo se rompe el hechizo y uno empieza a husmear alrededor, y hay otros hombres que le suben los latidos. ¿Qué pasa entonces? ¿Manda la voluntad, la intención, los nervios y las fibras, el pensamiento loco, la pasión?

Me gusta escucharlos porque no somos tan distintos hombres y mujeres. Aunque lo mismo sí. “Con el paso del tiempo soy mucho más selectiva. Casi ninguno me gusta. No me llaman la atención los guapos por guapos, los listos sólo por listos ni los jóvenes por lo que fue y no volverá. Si amo a uno mi radar muere y dejo de mirar a los demás, aunque los mire. Y cuando todo termina hay veces que el radar sigue muerto, fundido como una bombilla por un tiempo que es indefinido y pesa como el plomo y es denso como  las nubes bajo el rastro del avión”.

Siento que estos hombres me miran con curiosidad entomológica.  Brindamos por la vida, por los grupos nuevos que parecen engrasados. Por esa joven guapa alemana que llevaba una escolta de  hombres como avispas alrededor de su bicicleta, entre vides y tierra negra como el alma de un condenado. Por saber elegir y saber pasar página. Por la sabia alternancia de voluntad y deseo. Por la suerte de que no te gusten todos porque el propio tiene algo, una virtud enmedio de eso que exaspera, aburre o resulta previsible, que lo hace único y que convierte la vuelta a casa en un jubiloso reencuentro. A veces es un hombre, una mujer. Otras dos niñas ya mayores. Y unas sábanas limpias que huelen a jabón. Y un libro incógnito que durará tres noches, cuatro o cinco. Y ese radar nunca se apaga, sino que se renueva y se agita con la posibilidad de más noches y más libros. Las manos, al fin calientes. El otro radar, al ralentí, conectado a una máquina y con pronóstico reservado.