Luke Skywalker, te amo

Espero a que amanezca para salir a correr. Los impacientes e insomnes (suelen ir juntos) albergamos la absurda idea de que el sol saldrá antes si cada dos o tres minutos corremos la cortina para mirar al cielo. Así, muchas mañanas me sorprendo tratando de sorprender un amanecer que llega cuando le da la real gana, y lo hace soberbio y rosado, con ese halo de niebla que abraza los edificios y las aceras un instante antes de explotar.

Miro los periódicos y  me irrito porque un militar de apellido arqueológico -David Petraeus- no dimita por atrocidades en país ajeno, digamos, sino por haberle puesto los cuernos a su señora esposa. La infidelidad, que detesto, es un arma arrojadiza en ese país donde el presidente ama y desea a su mujer y vende con éxito la idea de la fortaleza pétrea desde la cama.

El general Petraeus y su ama

En ese mismo país estudia este año mi sobrina y ahijada, a la que adoro. Su madre me cuenta que este trimestre ha escogido como asignatura “Ciencia Ficción”. Al parecer en su clase están “todos los frikis del instituto”, se troncha mi hermana. “Cuando quieren ir al baño deben salir con la espada luminosa de Luke Skywalker al pasillo para que el vigilante sepa que no se están fugando”. Ahora soy yo quien se parte de risa. Pero en realidad me parece magnífico que la ciencia ficción sea objeto de estudio, que para la política ficción ya están los cuernos del general.

Sir Thomas Wyatt el joven, c 1540-42
Hans Holbein the Younger

Entiendo ahora que los norteamericanos hagan tanto cine, que sus series de televisión sean magistrales. ¿Basta con dar una espada láser para excitar la imaginación? Retrocedo unos días y me veo preguntándole geología a mi adolescente. El libro de texto es un ladrillo escrito por un mono en estado lisérgico. Sólo así puedo entender las frases enrevesadas, los adjetivos prescindibles, la profusión de adverbios acabados en “mente”, la subordinación encadenada hasta el infinito y más allá. Y me invade la furia contra esos escribas que machacan las mentes más fértiles para lobotomizarlas con el lenguaje. Una tortura semántica y sintáctica que sólo puede traer la atrofia neuronal. Apunto en mi libretilla de las ideas perdidas: “Comprar espada de Skywalker para reinventar la historia de la formación de meteoritos. O algo”.

Creo que la ficción nos hace libres. Y que el sistema educativo español es una mierda encorsetada. Espero no ofender con mi improperio a los profesores que tengo más cerca y me consta que se dejan las pestañas, pero no veo estímulos a la imaginación en el programa de estudios. No veo que los frikis tengan cabida con sus destellos imposibles. No conozco amigos de mi hija que me recuerden a mis héroes de “The Big Bang Theory“, esa gran serie. Hay un gran interés porque los niños practiquen la ortodoxia, aprendan de memoria, hagan limpios los deberes, estén quietos en su silla. Y todo eso suena razonable, pero desarrolla capacidades homogéneas. Disciplina, orden, autocontrol. ¿Y la imaginación? Se deja para el patio del colegio o para las redacciones temáticas. Cada cosa en su sitio.

Convendréis que necesito un chute de amanecer urgente o la emprenderé contra el sistema fiscal, los EREs de la prensa (que por cierto no solo afectan a la prensa grande y arrogante, sino a los pequeños, que apenas hacen ruido y tienen salarios liliputienses), la inoperancia de los políticos o los deshaucios con muerte anunciada. Ya corro las cortinas, ya es de día, y  el cielo me recuerda que aún hay salvación y poesía. Y que debo recomendar a quienes prefieran un domingo de estímulos (y vivan en Madrid) dos planes sin palabras: La expo “La isla del Tesoro”, en la Fundación Juan March (arte británico de Holbein a Hockney), y “Encuentros con los años 30”, en el Reina Sofía. Espléndidas ambas.

Lo dejo ya, Minichuki llega vestida de cow-boy/investigador privado y me dispara balas de plata. La mujer lobo estalla en aullidos y se transforma. Hoy saldré a correr con la espada de Luke. Por los viejos tiempos. Por las grandes historias.