Muchas veces me siento idiota hablando a mi mujer. Eso nunca es bueno“. Lo ha dicho George Clooney, y podría parecer un halago romántico si no fuera porque apesta a leve queja envuelta en celofán. Ignoro cuántos hombres resisten a una mujer más inteligente que ellos a su lado. En ocasiones arranca una competición de “a ver quién la tiene más grande” que termina con un parte de bajas y alguien durmiendo metafóricamente en el sofá.

Las tontitas tienen el cielo de los Clooneys bien ganado. Lo saben y lo explotan, tengan el cociente intelectual que tengan. Hay hombres que necesitan el refuerzo de una mujer, y mujeres que se esponjan cuando las llaman guapas y les tientan el talle. La admiración mutua no se apuntala con idénticos pilares.” Tu mujer es un cañón” o “hay que ver qué lista es tu mujer”. ¿Qué halaga más, el deseo o la admiración ajena? ¿Preferimos que nos  digan que nuestra pareja es íntegra, valiente, amable, inteligente o que está bien buena y se la tirarían si pudieran? Nuestra reacción al cumplido ajeno está hablando de nosotros más que del objeto del cumplido.

Hay hombres que compiten hasta en la cama. Y mujeres que claudican a sus pies para no poner en peligro el cine con cena de los sábados. Personalmente siempre prefiero tener personas inteligentes a mi lado. Mejor si aprendo de ellos, si tensan con sus hilos los hilos exhaustos de mi mente, si me sacan ventaja y me obligan a avanzar unos metros más allá de mis límites. Es difícil soportar  a quien busca que lo refuerces todo el rato, que te pares y finjas que te cansas. Bastante tenemos todos con gestionar nuestras propias inseguridades como para asumir el sopor de las ajenas.

Y sin embargo, sucede.

A George, la lista Amal le subyuga y le somete a un cosquilleo retozón y aún soportable. Ha pasado de ser el soltero seductor de camareras a las que se ganaba con un chiste fácil y ese mohín de barbilla encantador a un tipo casado con una mujer de huesos contundentes y cerebro bien armado. Una diosa con piernas largas que podría ahorcarlo con su larga melena negra, y que lo dejaría en ridículo en el concurso “Saber y ganar”. A veces, saber es perder, y entonces hay quien decide hacerse el tonto y tirar milllas y quien hace el hatillo y se marcha a pensar en soledad sin tener que medirse con quien ama.

No es fácil eliminar la competencia en el amor. Conozco hombres que prefieren a mujeres menores, loquitas descerebradas, porque no les ponen en un brete y mujeres que asumen la mediocridad intelectual de ellos porque el calor del abrazo por la noche compensa el desaliento del amanecer. La inteligencia es como un globo que aleja de la tierra.  “Puedo muy bien habitar lo que no me hace feliz: puedo a la vez quejarme y quedarme; puedo rechazar el sentido de la estructura que sufro y atravesar sin disgusto algunos de sus tramos cotidianos  (hábitos, peueños placeres, pequeñas seguridades, cosas soportables, tensiones pasajeras)”, escribe Roland Barthes, mi más mejor amigo desde hace unos días.

Espero, George, que no se tambalee esa seguridad de canas y apostura. Seguro que Amal aprecia tu ironía y no intenta examinarte cuando te cuenta sus juicios internacionales envuelta en Armanis que remarcan su esqueleto no apto para sensualidades vagas. Es posible que a ella le baste tu cebrebro y saber que la apoyas, que no vas a soltarte de su mano. Seguro que aquellas camareras te hacían la ola y te dejaban sumido en el vacío una vez recogidas las alfombras tan rojas y los flashes. O igual eran muy listas y con mala fortuna detrás de esos escotes voluptuosos. No hay nada tan sexy como una mente bien dotada, ya lo sabes.  Enveceje muy bien, no precisa Viagra. No desea otros cuerpos más jóvenes sino acaso la ternura, la dulce compañía del humor, las lecturas cruzadas, los silencios.

Dejemos los concursos de quién es más idiota para los más idiotas. Disfruta de tener a quien excita tus neuronas, no solo tu entrepierna. Los polvos duran poco, ya lo sabes, pero una buena conversación con las manos cogidas te deja el cuerpo arreglado muchas horas después de que suceda. Y quedan las palabras, bombardeando tu mente. Y eres, así te sientes, mejor y algo más listo que eras antes. Y ese es un gran regalo eterno, tenlo en cuenta.