Mi querida Big-Bang:

Soy muy partidaria del amor, pero no de compartir mi guarida ni mi sérum reafirmante. O sea, necesito estirarme modelo crucifixión en la cama, ocupar el hueco en el sofá que lleva mi nombre, ponerme tres veces seguidas el disco de Hotel Costes sin que nadie me encuentre asperge y encontrar las cápsulas del café en su sitio. El living apart together lo invitaron Rock Hudson y Doris Day en “Pijama para dos”, y ahí sigue, moderno y actual. Destinado a perpetuar la pasión y la entente cordial. Pero algunos se empeñan en fastidiarlo.

Hablo de Carlos de Inglaterra y Camilla Parker. Seguro que desde que adquirieron respetabilidad como pareja él ya no le dice a ella esas guarradas que solía, tan poco aristocráticas, tan de clase obrera. El sexo, digo yo, no debe de entender de remilgos protocolarios. Pero si un tipo te dice que quiere ser tu támpax hay que salir corriendo. De lo contrario, terminarás posando en la Abadía de Westmister para adquirir ese estatus principesco que otorga la categoría de “señora de”. Y lo siguiente es que te pondrán un peluquero/estilista que te haga un brushing letal. Y alguien te vestirá en tonos pastel con uno de esos modelos británicos antilujuria que no marcan ni una sola de las curvas de tu cuerpo. Y será el fin.

A Camilla le iba mejor vivir a salto de mata. Como a mí. Con esa tensión de abandonar el piso de él por la mañana, ojerosa y satisfecha. Sin tener que recoger la toalla del baño o cerrar la pasta de dientes. El sexo con urbanidad, lo sabe Charles (y también Woody Allen), pierde muchos puntos. Pero claro, si es en tu casa te entra un frenesí tal que no puedes evitar poner orden, como si estuvieras al dictado de tu madre. La camisa de él, en el respaldo de la silla; los calcetines, en una bolsa de plástico…y así. Porque es tu guarida, la del sillón con tu nombre.

Ahora entenderás por qué las parejas follan más en hoteles (con perdón). El desarraigo es sexy. Si no le tienes cariño a las cortinas, ni al cabecero tapizado de capitoné, vas a lo que vas. Sacas a esa Doris Day que llevas dentro y te lanzas a por ese hombre. Aunque tú seas una rubia convencional y pechugona y él un gay como la copa de un pino. Carlos y Camilla solían hacerlo. Ahora vagan por el palacio estorbándose y en lugar de revolcones comparten posados y cuché.

Pero seguro que ella, de vez en cuando, quisiera que él volviera a susurrarle las guarradas del támpax. Y ser la otra. Y salir de puntillas dejando el edredón tirado por el suelo…