Mi querida Big-Bang:

Al señor Rubidio le mortifica que ataque sus tácticas represivas. Y su venganza se sirve en plato frío. Ayer, mirando mis plataformas beige como si no las hubiera visto antes, suspiró: “claro, ahora entiendo lo de las durezas”. ¿Cómooooo? Durezas tendrá tu padre, dije escondiendo instintivamente los pies no sin antes comprobar que durezas no, pero la pedicura exhausta, desde luego.

Hace tiempo que los pies me inspiran. Tengo una teoría. Las mujeres muy gorditas o las mayores de sesenta suelen cuidárselos con mimo, como si sospecharan que ahí residen los estertores de su sex appeal. No importa si en la antesala, las piernas, hay celulitis, flaccidez u otros daños colaterales. Los pies lucen impecables, con esas lacas de uñas rojo sangre de pichón by Chanel que no alteran las sandalias de pitón ni las aceras descarnadas de la ciudad. Me gusta comprobar que se sienten sexys, me gusta ver el striptease cuando, sentadas en la terraza de verano, sacan el pie con coquetería y exhiben sus vergüenzas urbi et orbe. Luego están las desaliñadas cañón, como Kate Moss, que fijo que se muerde las uñas de los pies y que las lleva negras y descascarilladas. Total, para qué…

Tuve un novio obsesionado con mis pies. Estaba seguro de que con una correcta manipulación alcanzaría el clímax. Pero a mí me daba la risa y me molestaba especialmente que toqueteara el dedo corazón. El hombre, muy hacendoso, compró  hasta manuales al respecto. Leyó a Pear S.Buck para inspirarse y trazó un mapa de mis meridianos donde clavaba agujas de acupuntura a la busca de una reacción orgásmica. Inútilmente. Mis alaridos no eran de gozo sino de dolor. Y mandé al chino con la música a otra parte.

Descuida, no es fetichismo. Es mentalización. Sé que con el tiempo mis encantos desfallecerán aún más y necesito delimitar una zona de exclusión. Un puerto franco donde erigir un altar. Y dada mi fascinación por los zapatos, lo tengo claro. Mis dioses serán Louboutin, Jimmy Choo y Manolo Blahnik. Pienso además encabezar una cruzada contra esos adefesios llamados Kurapiés (?). Juro por mi vida que nunca llevaré esos otros que responden al siniestro nombre de “24 horas” y que me recuerdan a los de las monjas del colegio. En concreto, los de sor Pataplana. Calentitos y cómodos, sí, para glorificar al señor y pisar uva en los ratos libres.

Te dejo, que debo darle una repasadita a mis talones antes de que Rubidio se dé cuenta de su estado de derribo. Hoy me pienso subir a un andamio, si es menester. Y romper las calles como una mamarracha al ritmo del toctoc de un chachachá. Y al que no le guste, que no mire.

P.D. A mi amiga M. su marido le pinta las uñas de los pies cada semana desde hace 20 años. No se me ocurre nada más íntimo, nada más entregado y sensual…