La directora del Museo Lázaro Galdiano nos contó el otro día al grupo de lideresas que, para crear músculo grupal en un equipo desmotivado y en conflicto,  había organizado unas “jornadas de trabajo cruzado“. Sé otro por un día, era el claim. Y ella fue vigilante de sala durante una mañana interminable en la que se las vio con los niños cercando el increíble cuadro de San Juan Bautista meditando en el desierto de El Bosco, o con las parejas que competían por acercarse peligrosamente a doña Gertrudis Gómez de Avellaneda.  Un Madrazo que, como diría si me cambiara por un día con mi querida R, “se te va la olla”.

El Lázaro Galdiano es ese museo que casi nadie ha visitado pero a todos nos suena de algo. Sin embargo, en su elegante austeridad arquitectónica alberga una treintena de grandes maestros que te garantizan el estremecimiento mientras paseas el palacete donde vivieron Galdiano y su familia, profusamente decorado por un hombre que entendió el arte como una misión y legó al estado español su patrimonio más una sustanciosa cantidad para conservarlo en buenas condiciones.

Pero la institución enfermó de decadencia, falta de buenos propósitos y ausencia de una gestión moderna y con bríos. Situado en la calle Serrano próxima al Viso, un lugar donde nadie pasea porque carece de tiendas y de otras pinacotecas cercanas, parecía más la Casa de Amityville que un refugio de Goya, de Granach, El Greco, Velázquez o Sánchez Coello, entre muchos otros viejos y honorables amigos.

Entonces llegó Elena, enérgica funcionaria del ministerio de Cultura, y puso manos a la obra. Planes anuales, remodelación de puestos y objetivos, listado de necesidades básicas elaborado por cada miembro del equipo, estrategias de marketing gratis total porque había mucho más entusiasmo que presupuesto -el video de presentación del museo fue un trueque con una productora a la que se permitió utilizar los jardines como localización para un anuncio-..Y así.

El Aquelarre de Goya

Te cambio tu vida por la mía. Sé yo por un día. Y la directora como vigilante de sala, esas estatuas que nos acompañan como sombras chinescas cuando planeamos entre lienzos que cuentan fascinantes historias, tuvo que aprender procedimientos. Por ejemplo: en caso de incendio, ¿qué Goya te llevarías? Y entendió que en un equipo todos valen porque todos imprimen algo que el resto no es capaz de hacer. Y la unión hace la fuerza. Con todas sus imperfecciones, sus rémoras, sus malos rollos y sus ganas de escaqueo para ir al bar.

Luego hablando con una amiga llegamos a la conclusión de que casi nadie quiere intercambiar su vida con otro, por muy miserable que sea la propia. Ser tú te garantiza lo malo conocido, la guarida de los lobos. Sabes a qué atenerte. Disfrutar de los instantes preciosos donde la calma se instala y saca el mantel del picnic y sobreponerte a los baches de la carretera porque has aprendido a sortearlos o a meterte una pastilla al cuerpo para el miedo, que es el vértigo a enfrentarte con tu yo más vulnerable.

Lideresas de visita

Si fuera por un día algunos de mis amigos o conocidos más queridos me habría dado la otra noche un ataque de ansiedad. “Me muero, sentí que me moría”. Habría aplaudido a lo bestia los diez goles del equipo de mi hijo y sentido compasión por el rival. Habría entregado mi domingo por la mañana a acompañar niños enfermos de cáncer porque yo he tenido cáncer y a pesar de que la visita me deja deslomada y temerosa. Habría leído todos los periódicos, con sus puntos y sus comas, para sentir que al menos controlo lo de fuera. Habría salido a andar, frenética, con mi hermana, para espantar la rabia de un sábado de lluvia. Habría empalmado una comida navideña con una cena navideña y, astragada, me habría ido a la cama jurando por mis muertos que nunca más le haré esa faena a mi estómago. Habría ido de cañas con mi amiga, que sería yo, y delante de un queso de cabra somontano la habría escuchado atentamente resumir con optimismo los dardos de un otoño mejorable que, sin embargo, ya pasó y ha dejado un paisaje con recuento de bajas pero algunos brotes verdes, milagrosos. 

Sé tú por un día. Por toda tu vida. Lo mismo no es necesario ponerse en lugar de otro, sino en lugar de nosotros mismos. Jugar en el equipo local, eso que no siempre hacemos. Y entender que a veces uno está solo para poder mirar un cuadro a gusto, y sacar conclusiones sin ruido ni eco. Y hacerse preguntas sin olvidar que en caso de incendio la obra maestra que conviene salvar es nuestra certeza. Eso que nadie está autorizado a corromper, porque de hacerlo suenan todas las alarmas. Como en ese museo tan perdido y tan magnífico que Elena está resucitando a pulmón. Y es una hazaña que merece un aplauso. Y toneladas de reconocimiento.