Loving September

Los adictos a los comienzos no sufrimos demasiado por el fin del verano. Le dedicamos un responso breve estilo tanatorio gris de ciudad y a correr en cuanto la cortinilla se traga el ataúd rumbo al incandescente Nunca Jamás. Nos espera un “September Issue” vital sin pereza ni lamentos. Estrenar sigue teniendo algo de esa alegría infantil que ayer eran los zapatones del colegio y el olor a pegamento de los libros nuevos (pocos en mi caso, dado que como segunda hija de familia numerosa heredaba casi todos; al igual que el uniforme príncipe de Gales, el chándal de espuma azul marino y  la reputación del apellido. Suerte que mi hermana nunca alimentó la lista negra de las monjas).

Blacklist, por cierto, es mi nueva y adictiva serie Netflix, recomendación de P., amiga y consejera cómplice de tantos comienzos y finales. El protagonista, James Spader -el mismo de aquella inolvidable y puede que sobrevalorada “Sexo, mentiras y cintas de vídeo”– forma parte de mi escuálida vitrina mitómana juvenil. Allá donde duermen pero no se marchitan mis autores fetiche encabezados por Stefan Zweig o la cresta amarilla y desafiante de  Rod Stewart, que colma mis veleidades eróticas más horteras sin dejar rastro de culpa.

UNA SERIE ADICTIVASu estética es la la “it-estética” del momento. O eso deduzco del chute de suplementos de nueva temporada que me he metido en vena últimamente. Vuelven los ochenta, remasterizados. Esa década incomprendida que en moda nació prematura, antes de que estuviéramos preparados para recibirla. Demasiado disruptora para unos tiempos en los que no se hablaba de “cisnes negros” y mucho menos del “blockchain”, sino de golpe de Estado y otras turbulencias sociales.

La importancia del momento, de eso estoy hablando. Llegar antes puede ser tan inoportuno como hacerlo después, aunque no se incurra en mortal descortesía. Las ansiosas y sacerdotisas de la puntualidad solemos anticiparnos -el “in time” versus el “on time”- y siempre parece que nos han dado plantón en los bares. Esa humillación social leve es el justo pago que tributa la impaciencia (que es la hermana tonta de la ciencia).

Regreso por tanto ansiosa, puntual y vehemente a los brazos del Otoño. Apuesto por un cambio horario que alargue las tardes  y envuelva en cálidas sombras mis despertares frente al teclado. Anoche rematé la última página de mi cuaderno verde y debo apresurarme a conseguir uno nuevo. El Año Nuevo es ya, y a mi alrededor suenan petardos y cornetas. No pienso verter una sola lágrima por ti, querido estío. Es tiempo de empezar y el agitar de alas se ha instalado en mis tacones, nervioso y expectante. Mañana le quitaré el polvo a la vitrina.