Me gustan las señoras que beben en los bares de los hoteles. Esas que han pasado la barrera de los setenta y echan la tarde con las amigas, comentando la vida mientras se pimplan uno o dos gin-tonic. Sin culpa -“está fresquito” y todos sabemos que el alcohol frío no mata ni se sube a la cabeza-.

Sospecho que la suya es la década más libre, más desatada. Con suerte, han enviudado y ya no tienen que salir a la carrera a atender a los maridos en casa. Los hijos las visitan los domingos y los piropos del carnicero les dan alas. Así que los martes, o los jueves, se llenan de laca y desempolvan las pellicas del armario. El visón, el zorro y -esto es lo más- las garras de astracán y se dirigen a un hotel rancio y poco iluminado donde el camarero tiene su edad y las trata con reverencia.

-Tráiganos tres gintonic suavecitos, ¿eh?, y unos canapés de salmón.
-Y no escatime con las patatas fritas, que ya nos conocemos.

El camarero regresa con la Bombay Saphire y sirve un dedo. “Hombre, un poco más…”. Y dos dedos, y tres, con mirada interrogante Y ellas fingen que no ven lo que acaban de ordenar, y comentan la película que vieron, el libro que duerme en sus mesillas, los duelos con las nueras y, tachán, que ¡cómo está el servicio!

-La mía es una mentirosa. Como todas las latinoamericanas (juro que transcribo literal). Lo llevan en la sangre.
-¿Pero te fisga los cajones?
-Seguro que sí. Está todo el santo día en casa y yo, ya sabéis, soy muy limpia y ordenada.
-Pues la mía es polaca, me dan buen resultado las comunistas. Debe ser que como han vivido en el régimen del terror obedecen sin rechistar.
-No sé yo, que luego atracan los chalés y dejan muertos.

Me ¿gustan? las señoras racistas y clasistas que cuando beben sacan su verdadero yo. Han pasado la edad de la corrección política y consideran que sus amigas son una extensión de sí mismas. Les gustan los comentarios picantes, “subiditos de tono”- y se meten en vena el “Sálvame”. Son las mismas que entregan su alma al peluquero, odian a Carmen Lomana por estar buena a su edad, visitan exposiciones para contarlo y dicen eso de “si yo casi no como” justo antes de meterse un plato de judías con chorizo.

No son todas, son algunas y las veo en los bares de hotel, las escucho en el autobús, las sufro en la cola del mercado. Y pienso que a su edad me gustaría ser muy hippie, haber huido de las grandes afirmaciones, tener un par de amantes, los dibujos de las chukis enmarcados en el salón, las camisas sin tejidos acrílicos, los prejuicios fumigados. Y un mueble bar bien surtido para invitar a mis amigas al atardecer y seguir hablando de futuro hasta que el sol nos recuerde que ya no tenemos cuerpo afterhours. O puede que sí.