Mi vecina la poseída satánica ha vuelto por sus fueros. Anoche volvió a engancharse con su madre en una bronca a grito pelado por el patio que ríete de las del Sálvame, ese manual de la verdulería decibélica más cutre. Por si fuera poco, a la poseída se unió la bipolar del séptimo, una loca que, junto con su madre, tiende sólo dos toallas y unas bragas, a las tres o cuatro de la mañana y con el correspondiente estruendo, acompañado de una  música de fondo de Camela. Tres torturas en una.

Así, pues, ya estamos todas. Y como yo venía del silencio, me he sorprendido berreando por la ventana a las cuatro chungas: “¡¡¿podeís dejar de hacer ruido, brujas?!! Ser insomne militante y no haber previsto que la ciudad está llena de desequilibradas ruidosas es carecer de previsión. Y no sólo eso. también olvidé el Fogo antimosquitos, y cuando las locas han terminado sus respectivos conciertos me ha despertado el zumbido de un bicho junto al lóbulo de la oreja, de modo que he tenido que recorrer la casa para buscar el aparatillo y su pastillaca de olor dulzón. Conseguido erradicar la plaga, he sentido un calor insoportable que me ha hecho emigrar al salón, donde he tomado al asalto el sofá, encendido el aire acondicionado y comprobado cómo la madrugada se rompía hasta que se hacía la luz.

Un horror, sí, pero esta es mi real life. Menos mal que tenía el Vogue Colecciones a mano y me he empapado de tendencias, mientras saboreaba un café tras otro sin nada más. Porque, lo confieso, he engordado un poco de tanto queso cabrales y tanto torto frito, pero quiero pensar que es masa muscular porque a cada exceso seguía una carrera bien resudada, en un equilibrio casi perfecto de ingesta/quema de calorías. Si a eso le unes que apenas he visto el Telediario, el resultado es prácticamente Detox.

La rutina nos hará libres, estoy segura. Mis Chukinas ya se fueron y echo de menos sus presencias ruidosas. La casa está limpia y ordenada, demasiado perfecta, y sólo el cuarto de la adolescente ha quedado como ella lo dejó ayer: un bote de crema aquí, una horrorosa laca de uñas allá. Y no pienso recogerlo porque se me hace más vivo, más real. Y Minichuki ha dejado su último disfraz estrella -detective privado/abogado capullo- en una bolsa de supermercado, porque ella sabe que para esconder lo importante lo mejor son las bolsas cutres (Julián Muñoz, ex alcalde de Marbella, escondía dinero negro en bolsas de basura, creo recordar).

Para terminar mis desgracias cotidianas, ayer perdí la matrícula del coche, de manera que hoy iré cual terrorista indocumentada por las calles a la caza de un hombre de mi sangre (sí, los calvos simpáticos) que se avenga a echarme una mano. Tantas señales caóticas me tienen alterada. Ahora mismo voy a leer a Susan Miller a ver qué me aconseja en su horóscopo para sortear las zancadillas de la vuelta a la City.

P.D. Si alguien tiene tentaciones de atacarme, que aproveche. Es el momento. Nunca me sentí tan vulnerable ni tan catastrofista.