Mi querida Big-Bang:

Aviso: no pienso quitarme el pijama hasta después de la siesta. Ni ducharme. Ni abrir la puerta a nadie, GEOS incluidos. Tampoco contestaré al teléfono. Hoy tengo el día Pete Doherty, y eso que no me he metido nada turbio en vena. Por dios bendito que alguien amordaze al tapicero ese que anda tronando ahí fuera con su megáfono de los años 50, erre que erre con que se tapizan “descalzadoras”.

Nunca en mi vida he tenido una pero anoche, cuando llegué de mi fiesta Chivas de lujo, whisky y cojoglamour, hubiera pagado porque una descalzadora me arrancara los botines de tacón-12, me desvistiera, desmaquillara, diera una repasadilla rápida a los dientes y me cantara la canción de los Lunnies. Imagino que eso sólo te lo hace una descalzadora dada de alta en la Seguridad Social o, en su defecto, un hombre Balay bien tapizado.

El último hombre Balay que pasó por mi vida me hizo la vida más fácil, sí, pero no le gustaba nada lo del pijama y las legañas de resaca, porque no estaban especificadas en su libro de instrucciones. “Bueno, majo, pues échate a la calle y vuelve en seis horas, que estaré reconstruida”. Así no hay amor que resista ni tapicería sentimental que no se deshilache. Hoy es un no-día y lo he marcado en el calendario chino de la cocina con un círculo rojo. Porque un no-día es por definición vampírico y catastrófico. Lleno de “poyaques”, a saber: Poyaque no me quito el pijama, no hago la cama, y poyaque no recojo los periódicos pasados, no quito la ropa del tendedero…y así hasta el infinito. Diógenes me ronda con su síndrome, pero mi alma es un Sísifo cargado con una piedra de cinco toneladas y en deshabillé.

Sexy, ¿eh? Llámalo terapia de dexintoxicación. Y bien mirado, a lo mejor lo que necesito es un hombre Detox, que me prepare un zumo vitaminado con Alka Seltzer mientras hace como que no ve el pijama ni mi estado de ruina general. ¿Será eso lo que sienten los novios de Courtney? ¿Tendrá ella una descalzadora de cerebros embotados? Fijo que se anuncian en la teletienda hollywoodiense y aquí no han llegado todavía. ¡Qué malestar general, mon dieu…!

Como para lo mío no hay solución, he urdido un plan: levantarme del sofá en tres tiempos, a lo Eva Nasarre, y dirigirme a la cocina a quemar unas lentejas. Después me pondré un capítulo de una serie casposa tipo “Los Vigilantes de la Playa” y a continuación abriré la carta de la tasa de basuras de Gallardón. Llámalo autoboicot, una terapia de choque de la que sólo puedo salir reforzada o en camilla. Y a la noche llamaré a mi descalzadora para que recoja y recomponga mi espíritu desmoronado. O esperaré que un Mr.Balay me mime y me hable con amor mientras la Kate Moss lánguida que llevo dentro cambia el pijama por unos jeans deluxe y un chaleco de lentejuelas.