Mi querida Big-Bang

Hay pocas cosas que me den más asco que ver a un hombre cortarse las uñas. Sí, tampoco me place que él sea ella, pero cuando es él y está en la parada del autobús, bajo una marquesina de cristal transparente y se saca el cortauñas sin recato, podría cometer allí mismo un hombricidio. Cortarse las uñas es tirar restos de muerte en rebanadas minúsculas que se clavan como púas de erizo. La manicura es la primera de las correcciones higiénico políticas y la menos frecuentada entre ellos, me temo. Porque ¿quién desconfía de alguien con las manos en perfecto estado de revista?

Para que no creas que he entrado en brote otoñal, te ofrezco otra prueba, en adelante número dos: el otro día estaba en mansión ajena y el tedio me llevó al cotilleo. De una sala al fondo salía el volumen de la tele a tope, y me acerqué a mirar qué había dentro. Un deporte que practico sin percatarme del estado de las cámaras de seguridad, así que en cualquier yuotube de esos podría bien aparecer un día agazapada justo antes de entrar a un cuarto prohibido, y a ver cómo se lo explico a mi público. Claro que a otras las pillaron mangando diores y chaneles en una boutique megapija y megacara y ahí están, haciendo pelis como si nada. En adelante hablaremos de wynonanismo.

Bien, la cosa es que me acerqué, abrí lo que viene siendo la persianilla veneciana y miré dentro. Allí, en la semipenumbra, sorprendí a un tipo canoso y en bañador cortándose las uñas sobre la mesa, mientras veía un capítulo revival de El coche fantástico, con su barrigota a la intemperie. El hombre pegó un respingo, tiró las uñas en una onda expansiva circular que diría que llegó hasta mí, y dibujó una inequívoca cara de terror. La misma que debí de poner yo, que murmuré unas disculpas atropelladas y puse pies en polvorosa para nunca volver. Tal y como se hacía en tiempos de Paco Lobatón.

Días después lo entendí todo. Había pillado al novio oculto de una celebrity. Un amante secuestrado en medio del oropel con la tele y el cortauñas como únicas armas arrojadizas. Sí, tenía una scoop y me quemaba entre las manos. Ahora sólo me quedaba hacer lo que dice el manual de Sálvame: llamar al ínclito y chantajearle: “o me cuentas tu affaire con fulanita o cuento que le das al cortauñas en lugares públicos, so guarro”.

En esas estoy. Voy a hacer tiempo hasta perpetrar mi chantaje. Necesito una pedicura urgente y una dosis extra de determinación. Si hay que ir al territorio del cuore-gore, se va. Pero con mi rouge sangre de pichón de Elisabeth Arden impecable o, en su defecto, una cursi manicura francesa de esas que nunca levantan sospechas.