“Retorno a Brideshead”

Un tipo que nunca ha matado una mosca se despierta un día y decide quemar su colección de discos de Van Morrison.

El acto en sí podría parecer fruto de un hartazgo repentino. La Brown eyed girl es una petarda y habiendo ahí fuera tantas diosas de ojos verdes a quien cantarles, es un desperdicio centrarse en una loquita en minifalda que solía cantar “shalalalalalalalahhh”. Pero no.

Hay decisiones que son mucho más profundas que la acción que las pone en marcha. Teñirse el pelo es una de las más comunes. Si una rubia ceniza sale de la peluquería pelirroja, está enviando al mundo un mensaje y hay que tenerla en consideración. Si tu hijo pequeño se empeña en cambiar las clases de judo por el aerobic, lo mismo.

En la adolescencia tales vaivenes son la norma y no se consideran dramáticos. Hoy quiero ser veterinaria, mañana trapecista del Price. Hoy me gustan los mods, mañana los góticos. Hoy entrego mi alma a Satán, mañana a la Virgen María.

Todo esto sirve como previo para una autojustificación en toda regla. Ya no amo a Jeremy Irons. Hace tiempo que no lo amo pero me ha costado tirar mi colección de fantasías a la basura. Mi romance comenzó con aquella serie gloriosa llamada Retorno a Brideshead y terminó en Córdoba, cuando el desaliento de las aceras nos llevó a mis amigas y a mí a sentarnos en un cine y ver Herida (Louis Malle,1992). Aquel tipo que había adorado se había convertido en un mequetrefe. Una versión grotesta de sí mismo. Pero entonces no me lo admití a mí misma. Cuando años después escuchaba su voz poderosa en la del protagonista de El Rey León me invadía una tristeza extraña. Margin Call me ha tirado definitivamente del caballo. Sí, Jeremy, estás imponente, mefistofélico y esos ojos como carbones encendidos te sientan bien. Pero ya no es lo mismo.

Hay un día en que dejas de comer regaliz rojo, otro en que ya no bebes zumo de naranja en ayunas porque te has pasado años con una acidez del carajo a cuenta de los presuntos beneficios de la vitamina C, y otro en el que tiras de una vez tantas sartenes malas y te compras una buena. Ese día, con suerte, vas al rincón de los Cds y empiezas una ceremonia de destrucción masiva, violenta y endemoniada.

Y lo llaman crecer.

Hacer hueco para que donde estuvo Jeremy entren Kevin o Edward para amarlos locamente en la salud y en la enfermedad. Y que la máquina de las fantasías siga a pleno rendimiento.