Mi querida Big-Bang:

Creo que es una señal. En Cannes gana una película muda y ayer se batió el récord de papeletas en blanco de unas elecciones. ¿Llegan tiempos de silencio? La novela homónima de Luis Martín Santos siempre me inquietó. Especialmente esa imagen de las mujeres empollando ratones de laboratorio entre sus pechos. Anoche también me fui a la cama inquieta, entre el discurso triunfalista de los populares y las reacciones airadas de quienes los temen más que a un nublaó. Silencio.

Terrence Malick me está mostrando el camino. No puedes pasarte un fin de semana de parloteo familiar sin consecuencias, chitina. Veré “El árbol de la vida” para sumergirme en el vacío. Eso que uno agradece después de que un día de rayos y truenos lo condene a una resaca de Alka Seltzer y café negro. Ha habido demasiadas voces a tu alrededor. Pero lo que cuenta es lo que la mayoría ha decidido en ese acto íntimo y callado de meter un sobre en una urna. Y si no te gusta, nena, pues vas y te exilias, te construyes una realidad paralela o te abonas a la existencia muda hasta que la resaca pase con su insomnio, sus vómitos y sus dolores de cabeza.

A mí la incontinencia verbal siempre me ha dado miedo. Los mítines, los sermones, las tertulias políticas (excepto cuando habla mi idolatrado Miguel Ángel Aguilar, uno de los pocos que mira transversal y opina sin apoyarse en cimientos de otros) y hasta las charlas de ascensor. Me aturden. Me gusta la gente que habla poco, aunque más de una vez he caído en la trampa de tipos que siendo estúpidos parecían interesantes. El silencio es un arma. Los hierbas lo saben y se pasan el día meditando. Así actúan menos, o no hacen nada. Algo que tiene que ver con el tofu y su condición hipocalórica. De los bocazas, sin embargo, desconfío en el minuto uno. Más si se asoman a balcones y agitan las banderas de sus fans. Para eso ya está Lady Gaga, digo yo.

Callarse es tendencia, que lo sepas. Y esto puede terminar con tu negocio de diván porque en adelante lo mismo abrazo el protestantismo terapéutico. O sea, la charla directa con el dios Freud, sin intermediarios. Total, para lo que hay que oír. Lo que tenemos las rubias es una sorprendente facilidad para el verbo fácil, el chascarrillo pretencioso, la asonancia al son de los tacones. Pero cuando nos tiran de las tripas para que confesemos con que de verdad pensamos debajo de las mechas entramos en shock.

Así que hoy me pienso hacer un Terrence Malick. Una jornada de reflexión posterior a los acontecimientos. No voy a decir lo que pienso a la primera. Lo dejaré larvarse, macerar en ese océano de contradicciones donde están la intolerancia, el desdén, la huida y el miedo. Mándame si eso una tonelada de Álmax, tres cajas de Lexatín, un par de chutes de Orfidal y una Viagra para levantar ese espíritu arrasado por una mala noche. Y ahora sí, silencio.