Mi querida Big-Bang:

Sueño que doy una fiesta y poco antes de que comience no he comprado nada. He pasado mis últimos minutos de cama corriendo por los pasillos de un hipermercado lúgubre donde las bolsas de patatas estaban abiertas y el contenido se desparramaba por el suelo. “Abre los ojos, abre los ojos”, me grito a mí misma y, por una vez, me hago caso.

Compruebo a trompicones que en la despensa de casa no hay patatas, y ayer me fundí la última lata de mejillones en escabeche a modo de última cena. “Madre, en tus manos encomiendo mi nevera”, es el único sermón de las siete palabras que pronunciaría. Cuatro días sin cocinar ni comprar fruta ni nada que no sean caprichos me han conducido a la peor de las pesadillas. Quien la hace, la paga. Pero que nos quiten lo bailao!

Deja ya de encadenar frases hechas, guapa, y ni se te ocurra mirar por el rabillo del ojo el contenedor de los lugares comunes, dirás. Has decidido apretar el botón del placer a destajo, ahórrate la culpa. Sí, a todos nos pasa. Somos responsables, comedidos, cuidadosos, ordenados, hasta que nos dejan sueltos un día y dedicamos un altar al caos, como una instalación de rebeldía. En mi caso, la pila está llena de todos los vasos de cuatro días, colocados en perfecto caos, con restos de café, coca cola, agua con gas y algún gin tonic, la bebida de las profesionales. Lo más cutre de todo es el gajo de limón desmayado y a punto de colarse por el sumidero. “Ahí os quedais, a ver qué tal se os da lo de resucitar”, les murmuro.

Se acabó el tiempo de la penitencia. Entramos en el tiempo ordinario, y la ordinariez mola cuando esconde algo sublime. Mozart era un tipo vulgar que eructaba en público. A mí lo de eructar no me sale, al menos como performance, pero a cambio ensayaré la risa de Belén Esteban, esa virgen del desconcierto cheli con el tabique nasal a la deriva cual iceberg del Titanic.

Detesto la excatología aunque algunos hayan hecho de ella una de las bellas artes minúsculas. No puedo con los que celebran los pedos propios o ajenos ni con los que informan de lo que harán dentro del baño. Creo que la elipsis de cierta cotidianidad es una conquista de la clase media ilustrada, por decir algo. El humor de sal gorda debió quedarse en los setenta, como escape a la dictadura, pero al español le encanta descojonarse, con perdón, de las flatulencias, desahogos naturales y todo lo que esté condenado a desembocar en los ríos que van a dar a la mar (que es el morir).

Así que guerra a la naturalidad. Seamos postizos, educados. Pongamos ciertas vallas al campo y rellenemos los estantes de la cocina para recuparar eso tan aburrido y necesario que es la normalidad. Yo, por mi parte, me dispongo a escribir la imprescindible lista de la compra: 1.Patatas fritas de bolsa bien cerrada. 2.Mejillones en escabeche…