Albert Einstein

-Tengo que decirte algo muy importante antes de que me hagas la coleta. Ya no soy la más bajita de la clase.

La noticia me parece  de gran alcance, así que interrumpo el camino del cepillo al pelo y escucho que al menos hay tres niños de menos estatura que Minichuki, que enseguida me recuerda que en una clase de 23 no es una gran marca, pero -atención- que ella juega de pivot en el equipo de baloncesto.

-¿De pivot, tú estás segura?
-Es que soy buenísima.

La teoría de la relatividad es esa que nos permite ser razonablemente felices. Siempre hay alguien que lo pasa peor que tú. Siempre hay alguien que te supera.

Mi amiga A. me contaba ayer cómo se pasa la vida haciendo de coach de amigos y allegados que le cuentan sus miserias. Ella orienta, sugiere, alienta y se queda hecha unos zorros cuando el otro se va aliviado con el bálsamo de sus palabras. “Y entonces me doy cuenta de que mi situación es mucho peor que la de quien me acaba de desgastar,  y me da mucha rabia”.

Los llorones siempre han sido muy tóxicos. A veces nos regodeamos en la miseria sin darnos cuenta de que es lo mismo que rascarse con urticaria. Un pasaporte a la sala de urgencias. Pero vivimos tiempos tan convulsos que quien más y quien menos tiene un relato de tristeza, de desazón, y toca escuchar y agradecer a los dioses que la fortuna nos instale, por el momento, en el territorio del confort.

El quejica lastimero es otra especia. Se queja por defecto. Se parece un poco a ese compañero de la universidad que llegaba a los exámenes jurando que no tenía ni idea y luego sacaba indefectiblemente un ocho. Lo detestabas, dejabas de creerle y procurabas sentarte bien lejos de su mesa por si lo suyo era un virus. Luego estaban los optimistas profesionales, inasequibles a la inseguridad. Los pivot de 1,40 m que, a base de autoestima, terminaban metiendo dos o tres canastas en el partido o sacando un seis y medio que los llenaba de satisfacción.

La botella medio llena o medio vacía.

Pero si he de enderezar esta tesis de todo a cien no debería olvidarme de esa otra categoría que no se queja nunca porque considera que mostrar debilidad es una forma de debilitarse. Como abrirse las venas en medio del desierto. Y con la fuerza por estandarte avanza ignorando el cansancio y las señales del corazón que le indican que debe parar, hidratarse y buscar un teléfono para llamar a un amigo que pueda sostenerlo.

-Hola. Necesito verte. Llevo tres noches sin dormir.

Los imprevisibles son esos amigos a los que hay que vigilar de cerca. Si te llaman, debes salir corriendo porque en su juego no existe el farol.  Si gritan están abatidos. Y aquí no hay relatividad que valga.