-El fracaso sentimental es una mina de inspiración, ¿no crees?. 
-Bueno…sí. Lo malo es que cuando cicatriza las historias amenazan con marcharse a otros bares con ofertas low cost y tías buenas.

Hablamos M. y yo de este tema tan contemporáneo y eterno mientras me prepara un bloody Mary -“en realidad es Bloody Brew, receta de El Comidista “, me aclara. Y arranca una disertación en zigzag sobre la bebida de la sangre con vodka, y de cómo ha empezado a desmayar personajes desde que es un poco más feliz. Tan delgada como un muñeco de alambre, se pasea por un rastro de provincias mirando los puestos de los gitanos con calculada desidia. Luego, puja por un cuadro y se lo lleva bajo el brazo sin desear otra cosa que un martillo y un clavo que coloque el trazo delicado de un tal Berenguer, que firma la obra, en la estantería desportillada de su corazón.

Se cuestiona M. si atesorar objetos es una forma de retar al destino. Teme que un día su obra esté concluida y deba buscarse otra casa para seguir llenándola de figuras que restañan heridas y las visten de animados colores, como esas tiritas infantiles. Piensa en Goethe y en el joven Werther. En Cumbres Borrascosas y en la Bronte. Piensa en El Gran Gatsby y en  Scott Fitzgerald (y, al respecto de esto último, está convencida de que Leonardo Di Caprio nunca podrá desbancar a Robert Redford)

(El olvido es una disciplina olímpica como el tiro con arco. Requiere concentración en un punto en la diana.  Sorberse los mocos, enjugar las lágrimas. Escuchar el eco de las voces que animan transformado en una cortina de silencio inquieto. Entonces tensas, tres, dos, uno, miras una vez más y sueltas. Se acabó”. M lo sabe, M. lo cuenta en un discurso de apasionado proselitismo que no convence a nadie).

Sostiene M. con rojo sangre en los labios que la desazón es un buen sustituto como motor de historias. El extrañamiento. Un hotel aséptico en medio de la nada. Un hall desnudo con olor a naranjas amargas donde un tiparraco vulgar trata de llevarse al huerto a la recepcionista contándole una de piratas, y ella se inclina sobre el mostrador, estrábica y alborotada, y le sigue la corriente acariciándose el lóbulo de la oreja. Y él que si a qué hora terminas. Y ella que a las ocho en punto. Y todo parece fácil para dos, que esa noche follarán como locos sin precisar de grandes diálogos que sostengan la trama.

Y a M., me cuenta, eso le parece bien. Y clava alcayatas como puntas de lanza, y sangra y bebe un sorbo generoso de Bloody Mary. Y se ríe a carcajadas.